El diálogo que duele

Gustavo A. Olmedo B. golmedo@uhora.com.py

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“Todo lo que sea diálogo, razonamiento y conciliación en Paraguay no es fácil”. Así opinaba el senador de Avanza País Adolfo Ferreiro, a su salida de la mesa de diálogo realizada ayer, entre el presidente Cartes, los titulares de las Cámaras del Congreso y líderes políticos, y que ahora parece no tendrá continuidad. Y Ferreiro tiene razón, pues en cualquier ámbito, pasar del discurso al verdadero diálogo –de ese del que a menudo nos llenamos la boca– es un desafío de grandes proporciones. No es cosa fácil sentarse con el enemigo a conversar. Pero perder esta ocasión será un gran error político de Cartes y de los demás líderes.

Es importante aceptar y administrar los condicionamientos que el diálogo plantea. Están los formales, como el costo que podría significar ante la opinión pública el sentarse a conversar con el adversario. Por otro, los propios de la convocatoria, y que en este caso se refiere al respeto de la Constitución Nacional; un factor clave considerando que la aplicación de la Carta Magna no puede ser tema de discusión.

Pero también hay otros condicionamientos más de fondo, y hasta si se quiere, subjetivos, pero que a la postre determinan la posibilidad del diálogo verdadero y fructífero. Sin ellos es imposible suponer avances, y solo habrá aquello que el papa Francisco, en su visita a nuestro país, denominó el “diálogo teatro”, una representación actoral estéril.

Estos condicionamientos apuntan a la postura con que los convocados acuden, sin importar del grupo a que pertenezcan. Participar con el objetivo de imponer la propia idea o con prejuicios irrenunciables o sin la predisposición para tolerar las diferencias y los conflictos –propios de este tipo de eventos– no ayudan en nada.

Y a estos se suma un punto vital, como lo aclaraba también Francisco: “Para que haya diálogo es necesaria esa base fundamental (la identidad). Y cuál es... el amor a la patria. La patria primero, después mi negocio, esa es la identidad. Yo desde esa identidad voy a dialogar. Si voy a dialogar sin esa identidad, no sirve”. Un desafío sin parangón para nuestra clase política. ¿Es posible llegar a ese nivel en Paraguay?

El diálogo verdadero cuesta y será siempre molestoso y hasta doloroso, pues “duele” compartir, escuchar y hasta ceder junto a personas a las que se odia, o se las considera corruptas o un obstáculo para el propio proyecto. Conversar, poniendo las cartas sobre la mesa y buscando salidas válidas, legales, justas y honestas, con tira y afloja de por medio, nunca será una pérdida de tiempo, así como el cerrarse al diálogo nunca será un punto de partida ideal para avanzar. “Hablar no es rendirse”, como bien lo explica el analista Alfredo Boccia, refiriéndose a la convocatoria. Y no hablamos de impunidad ni de apañar violaciones constitucionales, sino del valor de esta herramienta a la que no podemos renunciar como sociedad civilizada, pues permite mirarnos de frente, abriendo la posibilidad de construir puentes en vez de muros, a pesar de los errores y las diferencias. Quizás sea la hora de pasar de la teoría del diálogo a su dolorosa, pero necesaria práctica. Un reto para la sociedad y sus líderes. Paraguay lo necesita.

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