Aunque muchos no lo creían, pasó: Santiago Peña, candidato del oficialismo fue vencido por Mario Abdo, la oposición del oficialismo. Alrededor de 85.000 votos a favor volcaron la elección a favor del hijo del ex secretario privado de dictador Alfredo Stroessner.
Por otra parte, Horacio Cartes, mentor de Peña en esta corta aventura electoral, prácticamente se ha llamado a un silencio sepulcral. Al menos hasta el momento de redactarse estas líneas. Las únicas señales de vida del manda-tario fueron al momento de emitir su voto la mañana del domingo 17 y un tuit reconociendo la tendencia a favor del que fuera candidato de la Lista 3.
La victoria del líder de Colorado Añetete significó también el freno a las pretensiones de muchos que se sentían poderosos con las riendas del poder. Entre estos estaban desde funcionarios públicos hasta aquellos que desde un micrófono, pantalla de televisión y páginas de diarios bramaban su soberbia, ebrios de las mieles del poder. Confiaban plenamente que el caballo del comisario superaría fácilmente esta primera meta y luego se asegurarían cinco años más.
Hay un hecho llamativo que dejó esta elección y que tiene que ver con Santiago Peña. Muchas personas, incluso no colorados, se lamentaban de su derrota. “Perdió el mejor candidato”. “Desde que se alió a Cartes, se fundió”, eran algunos de los sollozantes posteos en las redes sociales.
Uno de los argumentos más utilizados para la cuasicanonización del candidato de Honor Colorado era el siguiente: Es un profesional brillante. Acto seguido, que solo se dejó manipular por Cartes.
Uno puede ser brillante, preparado, con todos los pergaminos posibles. Pero esto no garantiza nada, si no va acompañado de actos que reafirmen esta cualidad. Santi no conoció a Horacio de un día para otro. Ya iba siguiendo los pasos que le indicaba.
Siendo ministro de Hacienda avaló plenamente el endeudamiento del país con la emisión de bonos soberanos. Un ejemplo de cómo fue utilizado este dinero se ve en el superviaducto de la avenida Madame Lynch, obra cuestionada por varias falencias.
Santi sabía para qué el presidente lo llevaba a los actos oficiales. Eventos que de inauguraciones pasaban a ser mítines partidarios que servían de cimiento para su candidatura.
También sabía lo que hizo González Daher durante su “destacada” trayectoria, como tampoco desconocía el resultado real, cuando a las 5 de la tarde del domingo llamó a sus partidarios a celebrar una victoria que no fue tal.
La formación intelectual no asegura una probidad total. Si no, que lo digan aquellas luminarias que integraron la Constituyente de marzo 77, el año en que grandes mentes aprobaron la elección indefinida de Stroessner.