Creí que era una maliciosa leyenda antiparaguaya, pero en estos días vimos en un video a empleados de las empresas proveedoras de insumos médicos al Ministerio de Salud colocando las marcas a los productos traídos en un avión desde China, luego de haberlos desembarcado. Gran parte de los equipos supuestamente de alta seguridad fueron traídos sin marcas, despachados en Aduana y recién después se les colocaron las etiquetas. No es un invento. El video fue entregado a la Fiscalía y el irregular procedimiento es reconocido por el propio ministro Arnaldo Giuzzio, titular de la Comisión Especial de Control y Supervisión de Compras Covid.
Es una más de las tantas irregularidades en torno a las millonarias compras realizadas en carácter de emergencia para Salud ante la pandemia del Covid-19. La figura heroica del ministro de Salud, Julio Mazzoleni, y su buena gestión para contener al amenazante virus –presentado como el capitán de un barco que va venciendo las tormentas– se va desdibujando cada vez más, y por detrás la del propio presidente de la República, Mario Abdo Benítez.
Los buenos resultados sanitarios exhibidos con orgullo por el mandatario ante la 73ª Asamblea Mundial de la Salud, esta semana, palidecen frente al lapidario informe final de la Contraloría, que asegura que la adquisición de insumos y camas hospitalarias por parte de las empresas proveedoras Imedic SA y Eurotec SA, vinculadas al denominado clan Ferreira, estuvo viciada de irregularidades “en todas sus etapas”.
Ante la comprobación irrefutable, tras varios intentos por salvar al menos parte de las compras, Mazzoleni tuvo que tirar la toalla y comunicar que rescindía totalmente el contrato. No admite que hemos perdido 70 días en cuarentena esperando que compren buenos equipos de manera correcta para equipar los hospitales públicos ante un posible contagio masivo, lo cual no ha sucedido.
Tampoco quiere hacerse responsable de una denuncia criminal ante la Justicia contra los responsables de la estafa. “Ya lo hicieron los diputados”, se lavó higiénicamente las manos, a tono con las indicaciones sanitarias, en la misma actitud con la que aceptó renuncias y cambios de varios directivos de Salud, sin explicar motivos ni exigir castigos, cuando estalló el primer escándalo.
Aplaudido por la buena gestión sanitaria para contener la pandemia, pero cada vez más cuestionado (al igual que Marito) por no animarse a cortar de manera firme y clara la pandemia de la corrupción, el aplaudido capitán, al que muchos dedican poemas de Walt Whitman (“¡Oh captain! ¡My captain!”) como en la película La sociedad de los poetas muertos se está convirtiendo en el capitán de un barco tripulado por piratas muy vivos, que podría acabar arrastrado por otra tormenta más jodida, la de los miserables que no renuncian a robar el dinero del pueblo en medio del hambre y la necesidad.