Sin barreras para la fe. La misa central de Caacupé acaba de culminar. Son cerca de las 08:30 de la mañana. El tsunami de ruidos y gente habituales del 8 de diciembre no está este año. Lo reemplaza el incesante trinar de pájaros que llega desde los árboles de la plazoleta desolada de la Basílica.
Pasaron 15 minutos de culminada la misa más importante del año. La despejada calle da libertad suficiente para que los trabajadores de la prensa puedan acomodarse en sus posiciones, aguardando a monseñor Ricardo Valenzuela.
Los policías, que en gran número fueron destinados para el cumplimiento de la fase cero en la Capital Espiritual, mueven las vallas y se ponen frente a ellas, formando una muralla humana.
La intención es evitar el acercamiento al religioso. Un rato después el monseñor cruza la calle con la imagen en manos rumbo a la casa parroquial. Luego de unos minutos, emprendió viaje a Asunción para ser partícipe de la procesión aérea de la imagen de la Virgencita Azul.
Algunas personas de la zona se mueven por las aceras. Otras aprovechan para hacerse fotos con la Basílica Menor de fondo. Este 8 de diciembre ni siquiera los chiperos estuvieron.
EL CREYENTE
Un camión de basuras pasa con su sonido ronco recogiendo las pocas bolsas. El paisaje desolador tiene un cambio llamativo con la figura de un hombre arrodillado y agarrado a las vallas. El hombre, de 40 años aproximadamente, está rezando.
Pasará más de una hora hasta que se levante de la posición que fue variando mientras conversaba con su fe. En el transcurso de los 60 minutos será punto de atención de las personas que pasan, los policías que lo miran sin molestarlo y el periodista que esperó por él.
Luego de su momento místico, contará parte de su historia. Se llama Guido Miranda y llegó desde Luque esa mañana en auto. Contó que la costumbre de llegar hasta la Villa Serrana cada 8 de diciembre es una tradición de su familia, heredada de sus tatarabuelos. Que se encomendó a la Virgen para poder llegar hasta el lugar donde dedicó sus oraciones.
“Vine en vehículo, quería venir a pie. Tuve miedo y entonces vine manejando hasta donde pude y después caminé un poquito. Dejé en manos de la Virgen para llegar hasta acá”, contó el solitario promesero.
El fervor religioso se dejaba ver cuando oraba de rodillas con las manos juntas, los ojos cerrados y la cabeza apuntando al cielo. El fervor se transformó en emoción y este sentimiento se materializó en lágrimas cuando contó qué le pidió a la Madre de todos los paraguayos.
“Vine a pedirle por todas las personas que quieren estar acá y no pueden. También por aquellas que no pudieron llegar a estas fechas”, confesó con voz entrecortada.
Los agradecimientos también estuvieron presentes. Sobre todo por la salud de su familia y, en particular, de su madre, que tiene 80 años cumplidos.
Como todo devoto de la Virgen Serrana, expresó tristeza por el panorama que presentaba la Capital Espiritual. En contrapartida, señalaba que se manifestó con mayor fuerza la fe de los paraguayos.
“Aunque no estén acá, se siente que su corazón está presente en Caacupé”, dijo con convencimiento. Como despedida, Guido comentó que iría al menos al Tupãsy Ykua para estar cerca del sitio, ya que no se podía ingresar ayer. Y se despidió así en la mañana vacía, pero llena de su fe y convencimiento espiritual.
Por un lado estoy triste porque muchas personas que quieren no pueden estar acá en estos momentos. Pero por otro lado estoy contento porque se nota que está más fuerte la fe y la creencia de los paraguayos en la Virgen de Caacupé. Guido Miranda