22 jul. 2025

“Cuando bailo, me dejo ir”

A casi un metro del suelo, el joven parece flotar en el aire. Brazos abiertos, piernas y pies bien extendidos, formando líneas rectas; el rostro apuntando hacia el cielo, como buscando absorber la energía que emana del sol. Detrás, los colores rojo, blanco y azul resaltan en una bandera que se despliega gracias a la ayuda del viento.

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Por: Silvana Molina
Fotos: Javier Valdez.
Producción: Amalia Rivas.

Locación: Dirección Nacional de Correos.

“Viva el Paraguay”. Con esta frase, Julio Morel Alfonso (23) se presenta en una imagen subida hace unos días a su cuenta de Instagram. La serie continúa con otras fotografías en las que el bailarín, radicado en México, se muestra orgulloso del país que lo vio nacer.

En estos días, el artista aprovechó sus vacaciones para visitar a su familia y nutrirse de su país, antes de volver a bailar por un largo tiempo en la Compañía Nacional de Danza de México, que lo ha contratado.

- ¿Tu inclinación por el baile viene de familia?

- No, no tengo ninguna influencia artística en mi familia: nadie canta, nadie baila, nadie pinta. Por eso yo siempre digo que fue la danza la que me eligió a mí, porque ni mis padres ni mis tíos me llevaron a estudiar. Se dio casualmente y me encaminé por ahí. Empecé a bailar folclore a los siete años, en un curso de verano frente a mi casa. A los 10, como me gustaba el malambo, la profesora Marlene López —que daba clases en mi escuela— me invitó a su academia para que pudiera aprender. Ella me dijo: “Tenés que hacer (danza) clásica también”. Yo nunca había visto nada de ballet, pero ahí empecé.

- ¿Tuviste que lidiar con prejuicios?

- Al principio tuve que luchar más que nada contra mis propios prejuicios. No me quería poner mallas, hacer determinados movimientos o pasos.

Pero después, el placer que sentía al bailar fue echando por tierra todos los preconceptos propios y ajenos. A los 14 años participó del Concurso Nacional de Danza, donde ganó una beca para el Youth America Grand Prix, en Nueva York, una competencia internacional donde los participantes reciben la guía y la enseñanza de profesores de alto nivel. Aquello lo motivó mucho. “Nunca había visto a bailarines tan buenos, con la misma edad que yo. Me quedé impresionado y fue ahí cuando dije: ‘Esto es lo que quiero hacer’”, recuerda.

Un año después, sus aptitudes le volvieron a abrir puertas: fue becado para estudiar en Brasil, en el Centro de Danza de Río de Janeiro. En ese entonces tenía 15 años y tomó la decisión de ir a vivir solo fuera del país. Allí estuvo casi cuatro años: a la mañana, estudiando en el Centro de Danza; y a la tarde, perfeccionándose como integrante de la Compañía Joven de Ballet.

De ahí fue directamente a una de las escuelas de danza más importantes de Estados Unidos, la San Francisco Ballet School. Un video artístico que había enviado le dio acceso a un curso de verano en esa institución, y el hecho de haber obtenido uno de los mejores puntajes le valió una beca completa para estudiar allí ballet clásico por un año y medio.

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Irse o estancarse

Luego de tanto aprendizaje fuera del país, Julio regresó a Paraguay. Pero al poco tiempo empezó a sentir que se estancaba, que no podía crecer en lo que le gustaba. “Sentí como un bajón, no sabía qué iba a hacer, cómo moverme. En Ciudad del Este no hay infraestructura para las artes, ni teatro teníamos. Vi que nada había progresado y que no iba a poder hacer lo que me gustaba estando aquí. Tampoco tenía mucho apoyo de mis padres en ese entonces, porque ellos no veían a la danza como una profesión y querían que estudiara otra cosa”, revela.

Al poco tiempo se enteró de que el Ballet de Monterrey estaba buscando bailarines y envió un video mostrando su trabajo. Una vez más, Julio obtuvo el mayor puntaje y fue contratado para integrar el cuerpo de baile. Allá fue, entonces, a tratar de seguir creciendo.

Unos seis meses después se enteró de que estaban realizando audiciones buscando bailarines para la Compañía Nacional de Danza, también en México, y decidió ir a intentar formar parte. El resultado: fue admitido e integra hasta hoy ese staff de bailarines. Un paso más en su carrera danzante.

Pasaron ya nueve años desde que Julio salió de su casa para ir a estudiar a Brasil, y desde entonces vivió más afuera que en Paraguay.

- ¿Te generó algún conflicto optar por salir de tu país?

- Yo no quería. Recuerdo que le dije a mi profe: "¿Por qué me tengo que ir, si yo solo quiero bailar?”. Pero si quería seguir avanzando en esto no tenía alternativa: era irme o irme.

- ¿Qué aprendiste en todo este tiempo afuera?

- Demasiadas cosas. Tuve que madurar más temprano y aprender a ser independiente desde muy joven. También aprendí a ver la realidad de mi país de una manera diferente, a entender mejor y a no juzgar. Antes yo cuestionaba: ¿por qué no hay teatros y más escuelas de arte en Paraguay? ¿Por qué acá la gente no apoya el arte? Pero entendí que hay muchas personas que ni siquiera tienen la posibilidad de llevar el alimento a su casa, entonces, ¿cómo se van a ir al ballet si tienen necesidades básicas que no pueden satisfacer?

También al principio me costaba mucho entender que mis padres no apoyaran lo que yo quería hacer. Pero pude comprender que ellos son de otra época, que tuvieron otras maneras de vivir y que ven las cosas de otra forma. Ahora, afortunadamente, ellos entendieron que esta también es una profesión y que es lo que a mí me gusta.

- ¿Qué fue lo que más te costó?

- Técnicamente, lo que más me costó fue trabajar la figura. Hay mucho esfuerzo físico, porque los bailarines somos atletas de alto rendimiento pero también somos artistas. Si hay que correr, el esfuerzo no se puede ver reflejado en la cara, tenés que verte bien igual, porque es un trabajo teatral al mismo tiempo, uno tiene que hacer interpretaciones. Emocionalmente, lo más difícil siempre fue la nostalgia hacia la familia y el país.

- ¿Son muy estrictos los cuidados que tenés que tomar?

- Sí, como cualquier atleta. Me tengo que cuidar bastante en la comida y entrenar. Si hay lesiones, tenés que cuidarte mucho también para recuperarte bien.

- ¿Tu estatura baja (para los estándares del ballet) es un problema?

- Siempre me dijeron que soy bajito para el mundo del ballet (mide 1,70 m), por eso tengo que cuidar mucho mi peso. Es un poco difícil a la hora de ser partner, porque las mujeres son más altas al ponerse en puntas de pie. Pero eso no fue ni es un impedimento para ser un buen bailarín. Yo creo que rompí barreras, y me va muy bien pese a la estatura.

- ¿Cuesta cambiar paradigmas en este ámbito?

- El ballet es bastante rígido, pero se van rompiendo esquemas. Recuerdo que una profesora siempre me decía: “Vos nunca vas a ser bailarín”. Pero años después cambió de opinión y empezó a decirme: “Sos mi paraguayo favorito”.

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Ángel y algo más

El pájaro azul en La Bella Durmiente, Basilio en Don Quijote, solista ruso en El cascanueces, bufón en El lago de los cisnes, Puck en Sueño de una noche de verano; estos son solo algunos de los roles que Julio interpretó durante el tiempo que lleva integrando compañías de ballet.

- ¿Creés que tus aptitudes son innatas?

- No. Yo nunca fui un niño prodigio. Lo que soy lo he ido logrando con muchísimo trabajo. Siempre me decían: “Vos tenés ángel”. Pero eso no es suficiente y yo sabía que técnicamente no estaba bien, que tenía que seguir trabajando. Los progresos que conseguí fueron resultado de un proceso y de mucho esfuerzo.

- ¿Qué papel te desafió más?

- Creo que Basilio, de Don Quijote. Técnicamente pensé que no iba a poder hacerlo. Trabajé muchísimo para lograrlo. Incluso después de los ensayos me quedaba a ensayar otra vez, solo.

Y el rol que más me gustó fue el de bufón en El lago de los cisnes. Se me conoce bastante con ese papel. Dicen que soy muy expresivo. Y quizás tengo facilidad para expresar esas emociones, porque la verdad es que en mi vida real sí lloré, sí me reí, sí viví muchas situaciones.

- ¿Hay distintas categorías de bailarines?

- Sí. En una compañía de ballet las categorías son: cuerpo de baile, corifeo, solista, 1.º solista, 1.º bailarín. Yo formo parte del cuerpo de baile, pero en varias ocasiones ya realicé papeles de solista y roles principales. Y pretendo ir escalando de categoría.

- ¿Qué es lo que más disfrutás en lo que hacés?

- Que la gente aplauda cuando presento un trabajo. Tal vez suene como un cliché, pero realmente eso no tiene precio, es algo que no se puede explicar.

Yo creo que bailar es como meditar, porque estás metido en tu mundo pero al mismo tiempo estás en otro plano. Yo cuando bailo no pienso en la coreografía, me dejo ir, dejo que trabaje la memoria corporal.

Ya asentado en México y con una estabilidad laboral, económica y emocional (tiene una novia mexicana, también bailarina de la compañía), Julio no tiene planes inmediatos de volver al país.

- ¿Cuáles son tus metas?

- No quiero terminar mi carrera y ver que no hice nada. Siempre trato de recordar por qué empecé a bailar. Mi sueño siempre fue poder ayudar a que en Paraguay algún día tengamos una gran escuela de arte, de donde los niños y jóvenes puedan salir formados y también tener trabajo en eso que eligieron, que todo eso no termine en la formación nomás y luego no tengan salida laboral. Quisiera poder brindarle oportunidades a la gente que quiere trabajar en esto, en Ciudad del Este sobre todo, porque ahí no existe entretenimiento en cuanto a arte. Es irte al shopping y ya.

En síntesis, lo que quiero es poder abrir un camino para los jóvenes paraguayos a los que les gusta el arte.

Sueños de alto vuelo. Pero no imposibles para alguien que está acostumbrado a saltar bien alto.

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Cuerpo y mente
Además de bailar, Julio Morel crea coreografías. En abril del año pasado obtuvo el primer lugar en el IV Concurso Interno de Coreografía de la Compañía Nacional de Danza de México. Su trabajo se denominó Mulher (mujer, en portugués). “Me gusta mucho crear”, afirma.
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Volver a empezar
En enero del año pasado, Julio Morel organizó en Ciudad del Este una gala de ballet que denominó Volver a empezar. “Yo podría seguir con mi carrera afuera, quedarme tranquilo. Pero también quiero hacer algo por mi país”, explica.
Pese a que en esa ocasión no contó con mucho apoyo económico, logró traer a bailarines de México y también de otras ciudades de Paraguay, para brindar un gran espectáculo artístico.
“Las personas se emocionaron, mis padres también: fue la primera vez que ellos me vieron bailar profesionalmente. A todos les gustó y después, muchos me dijeron: '¿Por qué no me pediste apoyo?’”.
Este año, el joven quiere volver a organizar la gala, entre junio y julio, tanto en Ciudad del Este como en Asunción. “El objetivo es, por un lado, crear un público paraguayo que pueda apreciar esto, al poder darle la posibilidad de acceder a un espectáculo de nivel a un precio accesible; y por el otro, que sirva para motivar a quienes quieren ser artistas, porque talento tenemos de sobra en Paraguay, solo falta apoyo”, concluye.
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Siguiendo sus pasos
Quienes deseen estar al tanto del trabajo de Julio Morel, pueden seguirlo a través de su perfil de Instagram: @juliomorel94.