Constataba así la antigua sabiduría del pueblo de Israel: “El justo cae siete veces y otras tantas se levanta” (Pr 24,17). Junto a la experiencia del pecado, tenemos también la seguridad del perdón de Jesús.
Cuando Pedro pregunta al Maestro cuántas veces debía perdonar, el Señor responde: “No siete sino setenta veces siete” (Mt 18,22). Sin embargo, esta actitud de misericordia puede contrastar con las palabras que Jesús pronuncia en otra ocasión: “Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca!” (Lc 17,1).
En el lenguaje evangélico, la persona que escandaliza es aquella que, con su pecado, aparta del bien e inclina hacia el mal a los demás. Es lo que el Señor señala en varias ocasiones al hablar de algunos fariseos: “No obréis como ellos, pues dicen pero no hacen” (Mt 23,3)…
”Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar” (Lc 17,2). Esta dura afirmación de Jesús evidencia el daño que se puede causar a quien está desvalido por su edad o por su situación de debilidad. No son pocas las ocasiones que vemos en el Evangelio la predilección que tenía el Señor por los más pequeños.
Y hoy Dios sigue ofreciendo a los niños ese mismo cariño a través de sus padres y de las personas que los cuidan. “Los niños, apenas nacidos, comienzan a recibir como don, junto a la comida y los cuidados, la confirmación de las cualidades espirituales del amor”…
“Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás” (Lc 17, 3).
Jesús muestra sus entrañas de amor, de misericordia y quiere, por nuestra propia felicidad, que nosotros también vivamos así. Sin embargo, sabemos por experiencia que no siempre es sencillo perdonar. Tal vez por eso, después de que Jesús hablara de la necesidad de perdonar y de evitar el escándalo, los apóstoles le dijeron al Señor: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5). Es necesaria a veces la fe, la confianza en Dios, para aceptar que entre nosotros siempre necesitamos el perdón.
Cuando perdonamos a alguien no negamos el error que haya podido cometer. De algún modo estamos participando “en la curación y el amor transformador de Dios que reconcilia”[4]…
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/article/meditaciones-lunes-de-la-32-a-semana-del-tiempo-ordinario/).