La sensación después de los comicios ha sido de perplejidad, alegría, suspenso, tristeza y culpa... ¿cuándo no?..., en torno a los resultados.
El Paraguay de las oportunidades y posibilidades se abre de nuevo ante un Gobierno de signo distinto que asumirá en agosto en medio de unas esperanzas renovadas de convertirlo en una nación que referencia la prosperidad y la dignidad como valores, y no su antítesis, la pobreza y la decadencia.
Somos pocos y tenemos mucho. No debemos permitir que un puñado de paraguayos nos vuelvan a robar la esperanza de ver una nación reconciliada con sus mejores talentos. Los hay muchos, pero olvidados. Algunos... expulsados de esta nación que heredó el peor de los defectos españoles: la envidia y la inveterada tradición hispana de expulsar a sus mejores hijos. Ya lo decía Ortega y Gasset sobre sus compatriotas: “Trasplantados... mejoran”. Es una pena que celebremos que los expatriados hayan votado por primera vez cuando deberían haber estado entre nosotros para sumar sus esfuerzos y capacidades en mejorar esta república.
Hay que ordenar la casa primero. El Estado paraguayo ha sido concebido y diseñado como un espacio en el que se impide hacer. Muchos ministerios cuentan con un organigrama que no se compadece con los fines y propósitos de dichas reparticiones.
Hay que poner en orden la casa primero, porque en los últimos años se fortaleció el desorden y la anarquía para incentivar la corrupción y el robo. La sociedad no aguanta más lo mismo. Requiere señales claras que demuestren en los hechos que se harán las cosas de manera distinta.
La opinión de “péichante voi ñande paraguayo” (“así nomás somos los paraguayos”), no se compadece con el nivel de eficacia de gestión que requiere un Estado moderno al servicio de la gente.
Hay que poner en práctica el estatuto del funcionario público estableciendo el concurso de méritos como la única instancia para el ingreso al Estado.
Es necesario que le dé orgullo y autonomía al empleado y que desbarate el concepto de espacio clientelar que rodea hoy su figura ante la sociedad.
Agilizar la relación con el ciudadano debe ser un propósito firme, no es suficiente creer que más computadoras harán la tarea si no aprendemos a usarlas en beneficio de la eficacia de gestión que requiere hoy un Estado moderno.
Hay que establecer metas y no lealtades ni chantajes entre los colaboradores del futuro presidente. Se quedan o se van en función de que hagan bien o no hagan la tarea. Urge elevar el nivel de gestión a un punto que desaliente al incompetente y promocione al que posee mérito.
Este país no aguanta más una mayor mediocridad, chapucería y deshonestidad.
El presidente electo debe entender estas cuestiones simples. No cuenta con mucho tiempo y las urgencias acumuladas no le darán tregua. Hay que remangarse y trabajar.
El Partido Colorado recibió un tremendo mandato y desoirlo puede acelerar su deterioro. El Liberal coaligado ha hecho una buena tarea, pero no alcanzó. No pudo cruzar el umbral de sus limitaciones partidarias y por eso, fracasó. Los colorados fueron unidos y Cartes incrementó en 150.000 los votantes, fuera de la agrupación partidaria. Los demás hicieron lo suyo, pero cualquiera haya sido el resultado, lo que queda por hacer es definirse dónde estarán cada uno: si moviendo el carro o poniéndole palos a la rueda.
No hay margen; o cambiamos ahora para ser un país decente, confiable y orgulloso, o seguimos en la referencia de la pobreza, la corrupción y la marginalidad.
De nosotros depende y hay que hacerlo ahora.