El legendario músico británico, conocido también como El Duque Blanco, pionero del glam rock y referencia de legiones de artistas, moría el 10 de enero de 2016, a los 69 años (dos días después de su cumpleaños), en Nueva York, a causa de un cáncer de hígado que padecía desde hacía 18 meses. La noticia dejó en shock a miles de personas, ya que tres días antes había publicado Blackstar. Fue su vigésimo quinto álbum de estudio, que visto, con retrospectiva, contiene lo que –según sus estudiosos– parecen referencias a su propia muerte. ¿Un presagio o la última gamberrada del artista sabedor de su suerte?
Bowie se llevó la respuesta a su tumba, pero la letra del primer sencillo del álbum, Lazarus, no deja lugar a la duda: “Mira aquí arriba, estoy en el cielo, tengo cicatrices que no se ven, tengo drama, no puede robarse, todo el mundo me conoce ahora”.
Sus grandes éxitos, convertidos en clásicos de la música y referencias de culto, incluyen títulos como Let’s Dance, Heroes, Under Pressure, Rebel, Rebel, Life on Mars, Suffragette City o Space Oddity, y que le supuso el Premio Ivor Novello por su originalidad.
Bowie tenía una vocación artística innata que lo llevó a tentar la pintura, el diseño y la escritura, y a alternar la música con el cine. A cinco años de su muerte, la magia de David Bowie sigue viva entre sus fans. Un encanto ganado a pulso con su trabajo. Desde el 2002 figura en la lista de los 100 británicos más importantes de la historia. EFE