19 feb. 2025

Así nace un pesebre

Capital del departamento Central por ley, y de la frutilla por bien ganados méritos, Areguá también puede jactarse de su capitalidad como proveedora de pesebres. Artesanos aregüeños nos muestran cómo convierten la arcilla en pintorescas figuras que adornan los hogares paraguayos en estas fechas.

APER PESEBRERO.JPG
Por: Carlos Darío Torres

Fotos: Fernando Franceschelli

Los músculos, tensos hace un instante, se relajan. Claudio Rejala acaba de arrojar una carretillada de caolín al mezclador y se toma un respiro. “Cansa. Tenés que estar con el tereré a tu lado”, afirma mientras se enjuga el sudor que baja por la frente y arde en los ojos. Una imagen viva del esfuerzo que implica hacer las figuras que adornarán un pesebre paraguayo en esta Navidad. Otro regalo de Areguá.

En lo de los Rejala Arce se inicia parte del proceso que culminará con la confección de las piezas. Allí se procesa la materia prima –la arcilla– con la que se moldearán las figuras. El trabajo es arduo y exige fortaleza física. A Claudio, los bíceps y los pectorales desarrollados –esculpidos no solo por las horas de gimnasio, sino también por transportar caolín y barro en carretillas– le ayudan en la tarea.

Para producir la arcilla con la que se fabricarán las 17 figuras que conforman el pesebre tradicional paraguayo, se utiliza caolín blanco y caolín negro. Los componentes provienen de canteras ubicadas en zonas cercanas a Tobatí, Pirayú e Itauguá. La proporción de cada elemento se calcula a ojo de buen cubero, por lo que la experiencia es indispensable para hacer una mezcla correcta.

“Nos guiamos por las carretilladas. Siete carretilladas de caolín blanco combinamos con tres de negro. De la correcta proporción depende que el producto sea bueno para moldear. Por ejemplo, si ponés más el blanco, la arcilla no resiste la quema; si tiene menos, la calidad disminuye”, explica Claudio.

Los componentes se vierten en un mezclador mecánico, encargado de procesarlos y combinarlos. “Paso entre 12 y 16 carretilladas entre dos horas y dos horas y media, porque no se carga de una vez. En el mezclador el caolín se combina con el agua que viene de una canilla”, añade.

El líquido mezclado pasa por una zaranda y se asienta. Después se deriva a las piletas, que son cuatro, en cada una de las cuales el barro pasa por el proceso de sedimentación. “Tarda entre tres y cuatro días en asentarse. Cuanto más procesás, más al fondo se va. El barro se saca de la pileta con pala y se transporta en carretilla; posteriormente se pone en el secadero para restarle humedad”, detalla el artesano.

En esta etapa, la continuación del proceso depende del clima, porque el sol es fundamental para el secado. Después de tres o cuatro horas al sol, ya se puede estampar el barro en la pared, para que absorba la humedad. “Si alzás a las 3.00 de la tarde, al otro día a las 7.00 de la mañana ya está listo”, revela Claudio.

Un kilo de barro se vende a G. 300 o a G. 350. Su bajo precio sorprende –teniendo en cuenta todo el esfuerzo físico que demanda su fabricación–, pero a los Rejala Arce les alcanza como para vivir del oficio. Cuentan que la matriarca, Basilisa Arce viuda de Rejala, pudo criar 11 hijos y 51 nietos gracias a lo producido en esta factoría familiar.

Don Isacio Rejala prepara el tatacua.

Don Isacio Rejala prepara el tatacua.


Al horno

La arcilla se vende a los molderos, quienes son los que hacen las figuras utilizando moldes de yeso –de ahí su nombre–, que posteriormente serán cocidas en el horno. Pero esta fase también tiene su proceso, que comienza cuando el barro comprado se pone de vuelta a secar, pegándolo a una pared.

“Hay que apretar bien sobre el molde para que salga el dibujo. Si no se presiona, puede quedar mal; pero si apretás mucho, se deforma. Tiene sus secretitos; la cara se hace aparte para que salga bien. Después se corta el borde que sobra, lo que llamamos la costura. El proceso lleva cinco minutos”, cuenta Miguel Ángel Sosa, que es moldero desde los 15 años (hoy tiene 40), oficio aprendido de sus parientes.

La figura recién moldeada se pone al sol durante unos 10 minutos, para un primer secado. Antes de que se seque totalmente, hay que llevarla de vuelta a un espacio interior, donde se procede a eliminar el material sobrante, “para que quede bien fino”. Esta última acción se conoce como “corteado”.

Una vez hecho el corteado, se pone la pieza de vuelta al sol por 25 minutos y, cuando está medio seca, se la alisa con la esponja, para que la superficie quede fina. Después va otra vez al sol por 20 minutos, hasta que se seque totalmente. Entonces, ya está lista para el horno, donde se cocina durante 12 horas, en este caso; si en vez de figuras de pesebre fueran planteras, la cocción requeriría 18 horas de horneado.

“En esta parte también hay que tener mucho cuidado, porque si pasa el punto, la pieza se requema, se vuelve negro el material y se rompe. O le aparecen fisuras, grietas. Todo esto lo hacemos a ojímetro, si bien hay pirómetros –que nosotros no tenemos– para medir la temperatura. La cocción se hace a 1000 grados”, afirma Sosa.

El moldeado de un juego de pesebre (17 piezas), de unos 30 centímetros de alto, lleva unas dos horas de preparación. “En mi horno entran 10 juegos de pesebre por vez. Una vez que salen de ahí, ya vendemos o llevamos a las pintoras para que coloreen las piezas. Hay quienes se dedican exclusivamente a eso porque es difícil y tiene su costo, ya que se debe comprar pintura, pincel, querosén, etcétera”, revela el moldero.

637049-Destacada Mediana-2099118834_embed


Barro y colores

A sus 64 años, Isacio Rejala lleva toda una vida fabricando figuras de pesebre. También es moldero, pero su taller es grande y tiene personal trabajando para él. Amasa el barro “como el pan” y al observarlo en plena tarea, uno comprueba que la analogía es apropiada, porque la arcilla se mueve entre la mesa y sus manos como si fuera masa de harina y agua.

El ritual sigue como manda la experiencia, y el barro amasado se adhiere a una pared para que pierda parte de la humedad. “De la pared viene aquí (señala un lugar plano) para que se seque, para que tenga un porte, un punto. Después se hace el moldeado”, relata. Hasta aquí, el proceso es igual al que nos mostrara Sosa. La diferencia es que Rejala trabaja a mayor escala.

Nos muestra su horno mayor, capaz de cocer 600 artículos grandes en una sola hornada. Él explica que, para comenzar la quema, se pone la leña a la entrada del horno, afuera. Esto se hace así para que la temperatura no suba demasiado rápido. Las figuras se hornean ocho horas a fuego lento y otras cuatro con las leñas dentro, un total de 12 horas. En todo ese tiempo, el horno más grande consume 500 rajas.

Después se dejan los artículos dos días adentro, “porque están muy calientes”, dice don Isacio. En un recinto aparte hay además dos hornos, uno destinado a los artículos medianos y otro para los más pequeños. En el primero caben 300 objetos medianos; en el segundo, 4.000 chicos.

¿Y qué pasa si se rompen? “Tenemos repuestos y pegamos las partes con masilla”, afirma Rejala. Su apellido es un indicador de que proviene de una familia comprometida con la tradición de la cerámica. De hecho, sus parientes son los que se dedican a la producción de arcilla.

Este involucramiento familiar alcanza a la esposa de don Isacio, Merarda Torres, mejor conocida como ña Nita. “Hace 40 años que trabajamos en esto. Yo aprendí a pintar con el conocimiento de generaciones, que me transmitieron mis parientes”, empieza relatando.

Ña Nita explica que para aprender a pintar se empieza con cosas chicas. Así comenzó con su madre, su maestra en el oficio, el que siguió cultivando cuando se casó con don Isacio. “Pintar uno no lleva mucho tiempo, pero nosotros lo hacemos en grupos de figuras. A veces, cuando hay mucho trabajo, me levanto a las 3.00 de la mañana y sigo hasta las 9.00 de la noche. Casi no se descansa porque se debe entregar los pedidos. Desayunamos y almorzamos en medio del trabajo”, revela.

El negocio familiar prospera y los clientes vienen de todos los rincones del país, gracias a la propaganda más eficaz, la que se transmite de boca en boca. “Yo nunca estudié pintura, esto es exclusivamente arandu ka’aty”, relata con orgullo la artesana.

637050-Destacada Mediana-669285149_embed

El escultor


Los moldes de donde saldrán las figuras también proceden de Areguá. Y como todas las fases que culminan con la confección de un pesebre, la de preparar los moldes se sustenta en la tarea de un artesano que aprendió el oficio sin haber asistido a ninguna institución que lo adiestrara en la técnica. Todo el aprendizaje procede de la observación y la práctica.

En otro barrio de la capital departamental está el taller de Pedro Javier Barrientos, mejor conocido por su apodo: Chóper. “Mi trabajo es hacer figuras originales. Soy escultor y me baso en imágenes de revistas, de estampas. Nadie me enseñó a hacerlo, me interesé por mi cuenta y aprendí mirando a una persona que hacía matrices. Creo la matriz de barro y uso el yeso para sacar la horma, todo a mano”, relata.

El trabajo de Barrientos es el punto inicial de una cadena que en realidad posee diversos hilos conductores, que casi nunca se cruzan, pero que convergen en un centro común, que es el producto final, el pesebre tradicional, que encuentra su sello de origen en una localidad apacible rodeada de agreste belleza.

“Areguá es la única ciudad que produce juegos de pesebre”, exclama Feliciano Vera, productor y a la vez miembro de la comisión organizadora de la feria Expo Pesebre Mitã Ruparã Rekávo, que este año celebra su edición 18.

La Expo Pesebre de Areguá expone el trabajo de los artesanos, pero Vera destaca que detrás de esta actividad hay muchas más personas involucradas. “Esta es una cadena de trabajo. Las casitas vienen de otros lugares, de Altos, de Luque y del barrio San Roque de Areguá. Los que venden diarios viejos para embalar vienen de Asunción y el cartón de las cajas de manzana nos traen del Mercado de Abasto”, relata.

Hay que incluir a otros eslabones, como los taxistas, los ferreteros, los que venden el papel celofán con el que se envuelven las piezas, etcétera. “Es una cadena que da trabajo a muchísima gente directa e indirectamente”, dice. El mismo Vera es propietario de una pequeña empresa, Santería Delvalle, que ocupa de 30 a 35 familias, aproximadamente.

La Navidad es una festividad que celebra un nacimiento divino, recordado en infinidad de pesebres que cada año adornan los hogares paraguayos. Unas figuras de arcilla, eternamente inmóviles pero plenas de espíritu, le dan vida a una tradición alimentada por la laboriosidad y la creatividad de los aregüeños.

.......................

Número porã

El pesebre tradicional paraguayo consta de 17 piezas: tres camellos, tres reyes, tres ovejas, la vaca, el burro, el gallo, el pastor, el ángel, María, José y el niño Jesús. “Algunos piden que le agregue más ovejas para tener un rebaño más grande. Depende de cada uno si quiere sumar un objeto de su preferencia. Hay una figura llamada aldeano, que es lo que se suele pedir, pero no forma parte de la tradición”, aclara el artesano Feliciano Vera.

.......................

Precios a gusto

El moldero Miguel Ángel Sosa vende el pesebre más chico a G. 30.000, y el grande a G. 70.000. Los revendedores compran las piezas crudas y las hacen pintar. Ya pintado, el juego de G. 30.000 se vende a G. 60.000 o 55.000.

En la Expo Pesebre, el más pequeño cuesta G. 25.000, y después las tarifas van aumentando conforme al tamaño de las figuras. Los juegos se cotizan en G. 50.000, G. 150.000, G. 180.000, G. 250.000, G. 300.000, y así hasta alcanzar incluso G. 3.000.000. “Tenemos uno más grande que cuesta G. 30 millones. Las piezas miden 1,70 o 1,80 m. Ya vendimos dos juegos. El revendedor los compra a G. 18 millones. Es mucha plata, pero a la gente le gusta”, relata Feliciano Vera.