Antídoto para tiranozuelos

Por Arnaldo Alegre

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El horno no estaba para bollos tras la larga siesta stronista. Aguantar otros 35 años de un unicato personalista no era muy apetecible para los caciques locales. Estos, reunidos en la Asamblea Constituyente, decidieron entonces que el dulce sillón presidencial esté al alcance de todos ellos antes de que la naturaleza haga su inapelable trabajo para privarlos del sueño. Por ello resolvieron: cinco años para cada uno, y nos dejamos de joder.

Así quedó sepultada la posibilidad de reelección en el raleado paraíso de Mahoma. La idea fundamental de la Carta Magna –que está por cumplir 25 años– fue la de extirpar de raíz el presidencialismo autoritario tan consustanciado con nuestra incultura política. Por eso se dotó al Congreso de mayores atribuciones para ser más horizontal y repartido el poder. Y por la misma razón se extirpó la reelección del cuerpo político nacional como si de una peste se tratase. Fue una cirugía mayor para salvarnos del cáncer fascistoide. Y resultó, hasta ahora.

Pero ni bien el cuerpo político vernáculo comenzó a sentirse fortalecido –primero con la popularidad de Lugo y luego con el dinero contante y sonante de Cartes– volvieron a sentirse síntomas de la enfermedad autoritaria.

Los hurreros calentaron su garganta sedienta de servilismo. Los obsecuentes humedecieron su ávida lengua presta para el vil trabajo. Los pescadores de río revuelto sacaron el polvo a los cínicos libros jaculatorios que supuestamente habían expirado en 1989, con la caída del tirano.

Y aparecieron, como si nunca se fueron, los carteles clamando por la reelección y mentando una vez más a los salvadores de la patria. Las falsas manifestaciones espontáneas surgieron como hongos y volvió sin rubor alguno el peregrinaje de los gerifaltes oportunistas para pedir a los compañeros de causa la gloriosa reelección.

Y el aludido –casi inmovilizado por el chupín asesino y con la misma cara de tonto que la última del fiscal Ortúzar– trona sorprendido y falsamente avergonzado que “si el pueblo me lo pide, no puede desoírlo”. Y así todos los fantasmas volvieron.

La caja de pandora parece estar cerrada, al menos por un año, y se salvaguardó así el equilibro de poder establecido por la Constituyente.

La reelección es una figura absolutamente democrática. Pero el plan oficialista no es más que un planteamiento personalista e interesado que busca eternizar a una persona en el poder y no pretende mejorar la democracia.

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