Cuando una persona se enoja, cualquiera sean las razones, en el organismo se produce una liberación de sustancias que aumenta la presión arterial y desregula el funcionamiento inmunológico y corporal general comprometiendo la salud y la capacidad de pensar y relacionarnos mejor, indicó.
Ambos sentimientos “son expresiones de un malestar que puede ser más o menos intenso y que puede ser también más o menos consciente para la persona que lo vivencia o para aquellas con las que se relaciona. En nuestra cultura llamada occidental tendemos a evitar hablar de ello. Y, frecuentemente, preferimos vernos o presentarnos como si el odio no formara parte de nuestras reacciones afectivas”, señaló el doctor Arias.
causas. “Aunque no siempre somos conscientes de ello, el otro suele tener para nosotros un papel causal importante en el desencadenamiento de nuestro odio. Y lo sentimos o lo expresamos como ira o enojo”, enfatizó. En ese sentido, mencionó que algunas personas tienden a intentar reprimir estos afectos y cuando pueden lograrlo más o menos adecuadamente, esto les permite una mejor relación consigo mismo.
Desde la infancia se puede reconocer una mayor tendencia al odio, como los enojos, la ira o las llamadas “rabietas”. “Esta intensidad afectiva y algunas dificultades para regularlas o procesarlas puede conducirles a problemas de relación a su propio interior, con las otras personas, y en ciertos casos, a estados de enfermedad que condicionan una baja calidad de vida, escasa productividad y, en ciertos casos, hasta la muerte prematura”.