Las posturas encontradas en torno a la construcción de viviendas sociales en el predio de la Caballería, del RC4, en Zeballos Cué, que serían destinadas a familias damnificadas de la Chacarita, expone una reacción muy frecuente de parte de sectores de nuestra sociedad, cuando se trata de propuestas a problemas endémicos como el de los damnificados, en este caso.
Criticamos los cortes de energía eléctrica, pero nadie quiere una estación de suministro en su barrio; nos quejamos de Cateura, pero ninguna localidad acepta un vertedero; hablamos de la falta de planes concretos para las poblaciones inundables, pero los vecinos rechazan a chacariteños cerca de su casa, como ocurre en este caso. No obstante, convengamos que son preocupaciones atendibles en un país donde las leyes no se cumplen y las instituciones no realizan su función contralora.
El proyecto, que busca beneficiar a unas 2.000 familias, tiene la oposición de ambientalistas que señalan que el sitio es un “pulmón” de la ciudad, y que los habitantes del lugar pondrían en peligro la planta de tratamiento de la Essap ubicada en la zona.
Técnicamente, los argumentos no tienen sustento, pues, por un lado, la toma de agua de la aguatera está ubicada a gran profundidad, justamente para evitar eventuales casos de contaminación por derrames, como ya ocurrió en 2010.
Pero, además, hay que tener claro que esta urbanización no debería concretarse sin las garantías de la adecuada disposición de los desechos cloacales, que sería el problema en cuestión; una responsabilidad de la Senavitat, Seam y la misma Essap. Por otro, existen mecanismos para paliar cualquier impacto que tenga el proyecto a nivel de deforestación. No es algo insalvable.
El proyecto puede ser aplicable, pero debe asegurarse que los beneficiados serán los damnificados y no los politiqueros y avivados, y que habrá un mecanismo para evitar cualquier negociación con las viviendas donadas. Es un plan atendible, considerando que está en juego el mejoramiento de la calidad de vida de miles familias, de niños y jóvenes, que hoy viven en medio de basura, hacinamiento, marginalidad y el tráfico de drogas.
No se trata de evitar intervenir la naturaleza en caso de urgencia –como este– sino de hacerlo desde la perspectiva social, equilibrada y de protección ambiental. Una posibilidad así, no se debería desechar por tecnicismos. Quizás el problema surge de lo que Francisco habla en Laudato Si, al señalar que tendemos a caer en el discurso verde, donde la reflexión y la crítica se realizan desde teorías radicales, sin contacto con la realidad, sino “desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría...”.