El sol pega fuerte en los rostros y obliga a entrecerrar los ojos y a cambiar de posición. Son las 14.00 de un viernes de mayo y, en un sector de la plaza principal de Lambaré, un grupo de personas ?en su mayoría mujeres? lucha contra el sopor de la siesta.
Situados detrás de largas y numerosas mesas colmadas de ropas y artículos varios, ellas y ellos tratan de no quedarse quietos, y entonces acomodan sus mercaderías una y otra vez, mientras esperan la llegada de los potenciales compradores.
Saben muy bien que no tendrían las mismas posibilidades de venta si estuvieran solos, por eso optan por compartir espacios públicos con otras personas que, como ellos, buscan ganarse la vida como feriantes, ofreciendo artículos variados a precios accesibles en el marco de una propuesta colectiva.
Mientras para algunos, participar en ferias ya es un modo de vida, para otros es algo temporal o esporádico, y se suman a esta actividad cuando se quedan sin trabajo o cuando necesitan algún ingreso extra.
Opción laboral
“Preguntá nomás, mami”, sugiere Elsi Bernal a una joven que se acerca a mirar lo que ella tiene en su colorido puesto de maquillajes. La mujer se dedica a vender en ferias desde hace tres años, y de un tiempo a esta parte también se encarga de organizarlas, gestionando los permisos ante la Municipalidad correspondiente.
Elsi empezó a explorar esta alternativa buscando una opción de ingresos extra para ayudar en el hogar. “Mucha gente no tiene posibilidad de abrir un salón comercial, entonces las ferias son una buena opción laboral. Para las que somos amas de casa, es algo que está a nuestro alcance”, explica.
Cerca de ella, tras una mesa con ropas, una mujer da de mamar a su hijo. Es Elizabeth Candia (30), quien desde hace ocho meses es asidua participante de este espacio. “La necesidad me obligó ?comenta?. Yo salía antes a recorrer ferias para comprar cosas y revender en otro lado: ropa, calzados, perfumes. Pero cuando nació mi bebé ya no pude hacer más eso, entonces opté por venir a feriar, porque acá puedo tenerle a mi hijo conmigo. No quería quedarme en mi casa mirando televisión”.
Para Mirtha Rojas (35), tener un puesto en este y otros lugares similares es la decisión más acertada que ha tomado. Ella compra ropa seminueva en fardos y las revende. “Acá yo soy dueña de mi propio negocio y de mi tiempo”, asegura. “Si me resfrío, por ejemplo, me puedo dar el lujo de quedarme en casa y nadie me va a reclamar nada por eso. Eso sí, después tengo que ver cómo hago para recuperar un día de ventas perdido”, aclara.
A pasos de allí, una joven improvisa un perchero-exhibidor aprovechando dos árboles de la plaza, que le sirven para sostener una cuerda, de la que cuelgan varias prendas de vestir. “No quiero pagar por el alquiler de la mesa o el toldo, entonces me las ingenio”, detalla Isabel Portillo (21), quien está en su primer día como vendedora de feria.
¿Los motivos que la llevaron allí? Son varios: “Me faltaba dinero, tenía demasiada ropa en mi casa y necesitaba liberar espacio. Y esta es una buena opción para solucionar los tres problemas”, analiza esta feriante temporal.
Un día cualquiera
Cada semana, la Municipalidad de Asunción recibe al menos ..... pedidos de habilitación de ferias en distintas plazas u otros espacios públicos de la ciudad. En ellas se puede encontrar a gente que vende mercaderías nuevas compradas de mayoristas o distribuidores y a personas que ofertan cosas de segunda mano (que ya no usan más, pero a que a otros les sirven y pueden llevar a un precio bajo) o prendas que compran en fardos (las famosas ropas americanas). También están aquellos que venden artículos o productos que ellos mismos elaboran, desde artesanía hasta alimentos.
“Generalmente, en las ferias hay dos rubros bien diferenciados”, explica Diego Cáceres (29), un joven que suele instalar su puesto en el microcentro de Asunción. “Estamos los artesanos y están los que venden ropa de segunda mano. Lo que pasa es que cuando se mezclan las dos cosas, la parte de la artesanía no resalta, porque el público se enfoca más en las ropas. Por eso nosotros preferimos estar en lugares que son exclusivamente de artesanos. Si no, es una pérdida de tiempo”, considera.
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“Lo lindo es que podemos conocer a otras personas y compartir con ellas. Acá, entre todas nos ayudamos: si una tiene que ir a buscarle a su hijo a la escuela, le cuidamos su puesto. O si tiene que ir al baño. Si a una le falta sencillo o hielo, otra le da. Hay mucho compañerismo”. Gessica Aquino.
En general, las ferias suelen abrir a las 7.00 y permanecer al menos hasta las 18.00, dependiendo de la hora en que empiece a oscurecer. Pero el trabajo del feriante se inicia mucho antes de abrir el puesto.
“Yo me levanto a las 5.00 porque tengo que preparar las cosas del bebé, su comida, su bolso. Además, hay que traer agua, hielo, yerba, todo lo que vamos a necesitar durante el día, porque si no, es un gasto que se suma”, comenta Elizabeth. La mayoría de las personas llevan su desayuno, media mañana y algunos compran su almuerzo en el lugar, ya que hay gente que se dedica a preparar comida para los feriantes.
Con sol o lluvia
Días de intenso calor, lluvia, viento, frío. Estando a la intemperie durante casi todo el día, hay que tener la capacidad de aguantar todas las variaciones climáticas. “Tenés que estar bajo el sol, tenés que ir de aquí para allá buscando sencillo. Si necesitás ir al baño, tenés que encontrar alguien que se quede a cuidarte el puesto mientras tanto”, cuenta Diego.
La cantidad de horas que hay que estar allí también es una parte difícil del trabajo. “Muchos llegamos entre las 5.00 y las 6.00. Y no podemos irnos de acá antes de las 17.00, porque a esa hora está entrando el sol y el Mercado 4 se cierra, entonces la gente que está saliendo de su trabajo, si necesita algo, sabe que aquí nos va a encontrar y viene. Entonces, muchas veces son 10, 12, 14 horas las que estamos acá. Y eso es muy cansador”, asegura Mirta.
La parte buena de ser feriante es poder estar en contacto con otras personas que, al fin y al cabo, tienen el mismo objetivo: ganarse la vida. “Lo lindo es que podemos conocer a otras personas y compartir con ellas. Acá, entre todas nos ayudamos: si una tiene que ir a buscarle a su hijo a la escuela, le cuidamos su puesto. O si tiene que ir al baño. Si a una le falta sencillo o hielo, otra le da. Hay mucho compañerismo”, cuenta Gessica Aquino (28), una estilista que renunció a su profesión porque necesitaba más tiempo para sus hijas. Por eso ahora instala su puesto solo algunas veces al mes, no todos los días.
Nada es gratis
Participar en una feria implica tener que realizar una serie de gastos cada día. En primer lugar, hay que pagar un monto determinado por ocupar el lugar: lo mínimo es G. 25.000. En general, ese precio incluye una mesa (tablón) con dos sillas, proporcionados por la organizadora, quien además se encarga del permiso municipal y la publicidad en redes sociales y vía pública, entre otros detalles de logística.
Además, si es un lugar sin sombra, se necesitará un toldo, cuyo alquiler cuesta G. 30.000, en promedio, por día. Hay personas que tienen que llevar y traer sus mercaderías en taxi o, si cuentan con vehículo propio, igualmente tienen que prever el costo del combustible.
También están los gastos de alimentación. “Yo ya soy baqueana, traigo todo en mi conservadora: frutas, yogurt, jugo, toda mi comida que preparo en mi casa”, cuenta Mirtha. Ella, además, fue invirtiendo poco a poco en su propia infraestructura. Es así que hoy tiene toldo, perchero, mesa y sillas. “Es una inversión, y ya no tengo que estar gastando en eso”, se enorgullece.
Días clave
Ubicados en hileras, los stands ?algunos con toldos, otros a la sombra de los árboles? ocupan la plaza de esquina a esquina. A esta hora de la siesta, el movimiento es escaso.
La afluencia de interesados fluctúa según la hora y el día. “Los mejores momentos para feriar son la primera y la segunda semana de cada mes, donde ya hay un poco más de circulante. Y casi siempre hay más ventas los viernes, sábados, domingos y feriados”, revela Elsi.
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“Estamos los artesanos y están los que venden ropa de segunda mano. Lo que pasa es que cuando se mezclan las dos cosas, la parte de la artesanía no resalta, porque el público se enfoca más en las ropas. Por eso nosotros preferimos estar en lugares que son exclusivamente de artesanos”. Diego Cáceres.
La desventaja de esta actividad es que no es algo estable. “Uno nunca está seguro de que va a llegar la fecha y va a tener el dinero para pagar sus cuentas. Por eso tenés que saber administrarte”, evalúa Mirtha.
Pero ella y sus colegas feriantes han aprendido que este negocio es así. “Hay veces que no pasa nada y eso te desanima, pero otros días de repente todo el mundo viene a comprarte algo y ahí se compensa todo”, comparte.
Elsi considera que la vida del feriante es un poco sufrida, pero que tiene sus gratificaciones. “Batallamos el día a día”, resume esta señora y enseguida se dirige sonriente a una joven que acaba de acercarse a su mesa: “A partir de 10.000 guaraníes tenés los labiales. Mirá nomás, mi amor”.