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A través de la obra coreográfica con toques teatrales, Las moradas de Teresa, Miguel Bonnin, director del Ballet Clásico y Moderno Municipal, reafirma su talento creativo y su gran capacidad de captar y traducir en pasos de baile la pasión que envuelve a los santos, ofreciendo impactantes montajes, como lo hizo en el pasado con Ejercicios espirituales (2007), inspirado en San Ignacio de Loyola; Francesco (2009), sobre San Francisco de Asís, y Roque Marangatu (2013), referente a la vida de San Roque González de Santa Cruz.
Esta vez fue la espiritualidad y la vida de Santa Teresa de Ávila, el motivo de inspiración para crear un montaje coreográfico lleno de símbolos y mística, que impacta los sentidos y emociona el corazón.
Con una lograda fusión de técnicas de ballet como el clásico, contemporáneo y moderno, Bonnin y la compañía de baile impresionan visualmente. La creación está bien acompañada por las luces (Manuel Schaerer), que suman dramatismo con tonos cálidos, fríos y tenues, exponiendo bellos dibujos coreográficos, inspirados en la obra Las moradas del castillo interior.
Es destacable el trabajo en diseño, estética y elección de telas para el atractivo vestuario (Ricardo Migliorissi), sobre todo el de las mujeres, así como hábitos, velos y vestidos utilizados por Teresa. En cada movimiento coreográfico, ellos lucen con vuelo propio, al ritmo de la dinámica y ágil coreografía. De la minimalista y apropiada escenografía, a cargo de Tessy Vasconsellos, se destaca la celosía gigante que baja y divide el escenario en dos dando la sensación de estar en un confesionario; allí aparecen Margarita Irún (Madre Teresa actriz) y José Luis Ardissone (sacerdote) con importante fuerza escénica. En tanto, el mensaje de Teresa está impecablemente transmitido también por las bailarinas de turno (Sofía Schittner, Maia Ayala Dijkhuis, Giannina Fernández) y la voz en off, a cargo de Gala Évora, suma al relato artístico del proceso espiritual de Teresa de Jesús, en el año que se celebra los 500 años de su nacimiento. Finalmente, la música compuesta para la obra por el español José Miguel Évora y el talento del cuerpo de baile son el complemento que cierran con brillo el círculo de los elementos que enriquecen la propuesta.