Docenas de personas murieron en las fiestas de fin de año: algunas, por agresiones criminales; otras (la mayoría) por ignorar las reglas de tránsito (haciendo daño de paso a personas inocentes). Para completar, la policía apresó a varios más, por cometer o tratar de cometer actos ilícitos.
Aunque las fiestas de fin de año debieran ser una ocasión para la concordia y la convivencia civilizada, ocurre lo contrario: en ellas se manifiestan, de forma aguda, ciertas formas de comportamiento indeseables. En general, los actos delictivos han aumentado en el país; en particular, hay más de ellos a fin de año.
Para enfrentar el aumento de la delincuencia, se ha propuesto que todo el mundo se arme; una propuesta bien recibida, a juzgar por la cantidad de personas que anda armada por la calle. ¿Ha disminuido la delincuencia con eso? No. Hay más armas y hay más delincuencia en circulación; además, aumentan las probabilidades de que un altercado común derive en tiroteo fatal.
Por otra parte, es una contradicción afirmar que, para combatir la ilegalidad, se deba caer en la ilegalidad; lo que pasa cuando se ignoran las leyes sobre la tenencia y la portación de armas. Creer que solamente las usarán los ciudadanos pacíficos para defenderse de una agresión injusta, es ignorar que las facilidades para adquirirlas también beneficiarán a los delincuentes; ellos, con menos dificultades para adquirir sus instrumentos de trabajo.
Si de las especulaciones generales pasamos a los hechos, constatamos lo siguiente: en Europa, donde hay más control de las armas de fuego, se cometen con ellas menos delitos que en los Estados Unidos, donde su compra resulta más fácil. En los últimos tres años, en los Estados Unidos se mataron 90.000 personas y se hirieron 210.000 con esas armas (Guardian, 10/12/15).
Con el aumento de las ventas aumentó la violencia, que también alcanza a la policía, más propensa a disparar: por cada persona muerta a tiros por la policía de Inglaterra o Alemania, la norteamericana mató a cinco; cálculo hecho teniéndose en cuenta la proporción entre la población de esos países (Guardian, 9/6/15).
Según Bruce Schneier, autor del libro Data and Goliath, un norteamericano tiene nueve veces más posibilidades de morir a manos de un policía que a manos de un terrorista en su propio país.
En resumen, la violencia no basta para combatir la violencia, ni en los Estados Unidos ni en el Paraguay.
Sin negar el principio de la legítima defensa, ni la necesidad de armarse para defenderse en ciertos casos particulares, hay que rechazar la idea de que cada cual puede hacerse justicia por mano propia, sobre todo cuando faltan el sentido de la justicia y el de la legalidad. Un mínimo de respeto al ordenamiento legal es necesario para enfrentar el problema de la delincuencia. También desarrollar el sentido de la consideración y el respeto a los demás, indispensable si se quiere vivir en una sociedad menos hostil. Lo anterior no excluye un mejoramiento efectivo de las fuerzas de seguridad, que en un estado de derecho deben detentar la exclusividad de la fuerza.