La expresión en inglés podría traducirse como capacidad de entender los tiempos de entrada, presencia o salida de uno de un lugar determinado, o cómo saber leerlo con la capacidad y sabiduría suficientes de forma que el legado se mantenga y se proyecte. Es probablemente la virtud más difícil de poseer y de manifestarla. Saber manejar los tiempos en función del interés colectivo y personal. Equilibrarlos para no poner en riesgo ni las instituciones y menos el futuro personal. Sabiduría presupone esta virtud.
El poder político es el terreno donde mejor se pone a prueba esta capacidad y en donde se acumula la mayor cantidad de fracasos. Desbordado por el temor de lo que pueda pasar cuando deje el cargo un presidente, en el Paraguay comienza por negar su interés reeleccionista basado en las limitaciones y prohibiciones constitucionales para luego lentamente convencerse de lo contrario.
La adulación de los cortesanos que se juegan su propio futuro y la impunidad e inmunidad que otorga el poder circunstancial han llevado a cegar a varios en esta tarea. Casi siempre se recurre al concepto mentiroso que uno no desea, pero “la gente lo pide” para acabar haciendo tabla rasa con la ley y la Constitución. Cuando pasa todo y se enfrenta al fracaso, se buscan los pretextos que justifiquen la mala acción, pero ya es tarde y el daño ya está hecho.
Es probablemente en estos momentos en que los buenos asesores deben imponer su racionalidad por sobre aquellos audaces para los cuales no importan las incoherencias, contradicciones y conflictos que hayan generado sus conductas y expresiones.
Todo eso lo explican con el concepto de “que en política todo vale” y que las mentiras hacen parte del juego.
El gran problema de quienes argumentan de esa manera, sin embargo, es que la verdad tiene hoy un valor superior ante una colectividad mejor informada y con capacidad de comunicar como nunca antes se había conocido. El tiempo está en manos de la gente y a pesar de que algunos puedan convencer de lo contrario al presidente cuando él mismo juega en contra de las pretensiones reeleccionistas, no cabe otra que aceptar su mandato.
Los que creen que pueden marchar contra el imperativo de la norma pueden acabar empantanados y generando en su camino una crisis democrática de impredecibles consecuencias. Hemos tenido varios casos similares en nuestra corta historia de libertades y en todas ellas —el no querer cumplir la norma— ha puesto a la República ante situaciones dramáticas que culminaron en juicios políticos e incluso muerte de manifestantes.
Cubas podía haber evitado el Marzo del 99, pero no pudo con el sino que lo empujaba a un desenlace fatal. Duarte Frutos y su pretendida reelección primero y su vano intento de ser senador... son apenas muestras de la incapacidad de leer los tiempos de manera correcta que terminaron acabando con presidencias y legados.
La norma constitucional no es una declamación de buenos propósitos, es un mandato al que nos adherimos voluntariamente todos los paraguayos. Si no nos gusta, pues cambiémosla por el mecanismo de la reforma en el caso de la reelección, pero deben saber que quienes la violan pagarán sus consecuencias.
Una semana en Egipto donde se inició la Primavera Árabe en el 2011 nos muestra cómo el exceso del poder y las graves desigualdades económicas acabaron con Mubarak y su corte, incapaces de leer los tiempos en clave de la gente.
Timing es capacidad, mesura y, por sobre todo, inteligencia y, lamentablemente, para muchos presidentes, los adulones y cortesanos no llevan reloj.