25 abr. 2024

Rafaat y la geopolítica de la droga

Alfredo Boccia Paz - galiboc@tigo.com.py

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¿Qué tienen que ver las decenas de cadáveres decapitados en una prisión de Manaos con el cinematográfico asesinato de un jefe narco en Pedro Juan Caballero? La respuesta: todo. Hay una relación directa de causa a efecto entre esos sucesos. Ambos son hitos de la ruptura de la precaria alianza que mantenían las dos grandes facciones que se disputan el control del comercio brasileño de estupefacientes.

Si bien allí existen más de veinte grupos delincuenciales organizados, casi todos son satélites de las dos bandas más poderosas que, a su vez, tienen características distintas. El Primeiro Comando da Capital (PCC) maneja el tráfico en São Paulo y el Comando Vermelho (CV) en Río de Janeiro.

El PCC, dirigido por Marcola, preso en 1999, tiene más de 20.000 integrantes, la mayor parte fuera del Estado de São Paulo. Ofrece a sus miembros una estructura consolidada en asistencia jurídica, préstamos, apoyo logístico en países vecinos y protección en las cárceles. El PCC tiene una visión empresarial del crimen: invierte en bienes raíces, en estaciones de servicio, en el fútbol y lava dinero con cierta elegancia, si cabe el término.

El CV es menos organizado, aunque más antiguo. Reina en las favelas cariocas y, pese a ser más sanguinario e informal, logró establecer pactos estratégicos con grupos de otras geografías. Uno de ellos es la Familia do Norte, responsable de la ejecución de los presos de Amazonas. Libran una lucha por dominar el dinero y el mercado. Se tejen así asociaciones, coacciones y negociaciones que no siempre dejan repartos justos y que se dirimen a balazos. Los presidios son, lógicamente, ámbitos ideales para ajustar esas cuentas pendientes. Allí no hay votos en blanco. Para sobrevivir, el preso debe afiliarse a alguna de las bandas.

La vocación expansionista del PCC lo llevó a ramificarse en territorios antes privativos del CV, lo que auguraba futuros roces. Pero hace seis meses, lo que restaba de la alianza se acabó. Jorge Rafaat, el rey narco de la frontera, condenado por tráfico en Brasil y tratado como poderoso empresario en Paraguay, fue asesinado. El lugar y el hombre eran claves. Pedro Juan, uno de los más rentables corredores de transporte de marihuana, cocaína y armas de América del Sur; Rafaat, el sucesor de Fernandinho Beiramar, líder del CV, preso en 2002.

Rafaat había logrado mantener una relación de convivencia pacífica con el PCC hasta que decidió aumentar el peaje en “su” frontera. Las rutas del tráfico cambiaron violentamente de manos y era claro que eso no iba a terminar allí. La venganza comenzó en Manaos –los muertos los puso el PCC– y seguirá fuera de las cárceles. En las calles de las ciudades, por ejemplo. Como los narcos consideran al Paraguay un estado más del Brasil, nadie debe extrañarse que el sicariato haya llegado a Asunción. Acostúmbrese, es la narcoglobalización.

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