Es cada vez más evidente la obscena relación entre el narcotráfico y la política.
La muerte violentísima del capo fronterizo Rafaat fue un punto de inflexión. A partir de allí se sucedieron hechos de tinte mafioso que establecen un triste nexo entre narcos y políticos.
El bombazo y la amenaza de muerte contra el titular del Congreso y el supuesto plan magnicida de Pavão fueron los últimos signos del incremento de la violencia.
Y esa sucesión de incidentes no se da precisamente ante una abierta campaña de las autoridades nacionales contra el narcotráfico.
La situación se inscribe en una guerra abierta entre pesos pesados del narcotráfico fronterizo, aparentemente para establecer quién es el nuevo capo di tutti capi.
Qué papel cumplen los políticos amenazados o atacados en ese clima de violencia creciente es algo que no queda del todo claro. ¿Son víctimas o victimarios? ¿Son parte activa de la situación o meros rehenes, hasta cierto punto inocentes, de una guerra por el poder fronterizo mafioso?
Las dudas son muchas y los aludidos no están en condiciones de poder responder, pues cada aclaración que hagan puede que los deje expuestos por las muchas sombras que proyectan.
Los hechos indican que la narcopolítica no es una cuestión etérea ni circunscripta a determinados puntos conflictivos de nuestro territorio.
Es obvio que no es un asunto local. Son cada vez más las autoridades de peso nacional sobre las que existe alguna sospecha de formar parte de este entramado delictivo.
En estas circunstancias, actualmente la narcopolítica es la mayor amenaza de nuestra democracia.
Y el incremento de la tensión se da precisamente en un momento en que desde el Ejecutivo el tono autoritario sube a decibeles inquietantes, fogoneado por la frustración que genera en ellos los impedimentos a la reelección y la incapacidad que demuestran para combatir al EPP.
Precisamente, a diferencia de cuestión de la anacrónica banda armada del Norte que pueden tener una solución política, el narcotráfico es un sistema que solo sabe expresarse con violencia y que carece de medios naturales para sofrenar su ímpetu asesino.
Hay que apelar a la responsabilidad de los políticos no contaminados con esta mafia para exigir la eliminación de los elementos nocivos que desde su propia entraña están poniendo en peligro la democracia. O si no, el futuro puede ser terrible.