Hace casi un año caminaba a la medianoche rumbo a mi casa cuando escuché una motocicleta solitaria que se acercaba; inmediatamente me puse en alerta y busqué la forma de escapar de ahí, hasta que me acordé que estaba viviendo en Falkenberg, una pequeña ciudad de Suecia donde los motochorros son como los marcianos: no existen. La moto y sus ocupantes pasaron de largo dejándome a solas con mi estúpido miedo tercermundista.
Hace dos semanas, mi hija me dejó un mensaje de voz alertándome que tenga cuidado al volver a casa, pues frente a nuestra puerta se oyeron gritos desesperados de personas. Ella estaba sola en casa y fue a escuchar desde la ventana: eran personas siendo asaltadas por motochorros. Mi esposa ha salido ilesa dos veces de sus asaltos; yo los he visto en acción dos veces y hasta ahora me he salvado, al igual que mis hijos. Vivimos en pleno centro de Asunción, y estos ladrones al hacer sus golpes salen disparados hacia uno de los barrios que generalmente los albergan y que rodean a la ciudad.
Sí, los motochorros son parte de nuestras vidas. El problema no es que nos roben el celular o la billetera o la notebook. El problema es que pueden hacerlo y matarte. De ahí el pánico generalizado que están creando en la gente con sus últimos atracos. Sí, es cierto, son una realidad palpable para muchos.
Pensaba en esto y el golpe efectista que tiene esta situación en la vida diaria de la gente. La sensación de seguridad es muy importante y si se la sacan a uno, la vida es otra. Los suecos se pueden dar el lujo de cerrar sus cárceles; en sus vidas el elemento delincuencial casi no existe y pueden dedicarse a otras cosas sin estar alertas por las calles pensando que pueden recibir un balazo o una cuchillada.
Y pensaba también que los paraguayos somos asaltados todos los días de otra forma más grosera y mucho no nos importa porque parece que no nos afecta. En el Parlamento, en los ministerios, en las intendencias, en las gobernaciones, día a día se fraguan robos impresionantes que dejamos pasar como si nada. Y no hablamos de montos que pueden estar en la agujereada billetera de una cansada chica que solo quiere llegar a su casa a dormir luego de una jornada agotadora. Hablamos de montos siderales, tan altos que ningún motochorro puede soñar jamás.
Y lo más paradójico es que esa gente que cada día nos roba la hemos puesto ahí en su cargo político nosotros votándoles. Pero hay algo que no es paradójico, sino más bien trágico: que todo lo que nos roban puede perfectamente usarse para políticas públicas que a la larga eliminen a los motochorros de nuestras calles. Eso es lo que hicieron los suecos; ellos no tienen esta delincuencia porque tienen políticos honestos controlados por ciudadanos críticos.