05 may. 2024

Mientras un chico se desintoxica, otro convulsiona de abstinencia en la calle

Ayer un menor indígena salió de alta de la Unidad de Desintoxicación Programada (UDP), luego de haber ingresado al Centro de Adicciones. Casi al mismo tiempo, un joven se retorcía por la falta de crac.

Pepe Vargas

Mientras Walter (seudónimo), de 14 años de edad, salía de alta ayer del Centro Nacional de Control de Adicciones (CNCA), tras ser desintoxicado por consumo de crac, un joven indígena convulsionaba en la vereda, afectado por la abstinencia producida cuando pasa el efecto de esa droga.

Entre espasmos, moviendo brazos y pies sin control, como si estuviera bajo influencia de alguna posesión maligna.

Dice llamarse Gabriel, tiene 18 años de edad y es uno de los tantos jóvenes nativos que hace meses habitan las calles del microcentro de Asunción.

Desde la tarde del pasado sábado, se retorcía en el piso gimiendo y lanzando alaridos por los rigores que genera el ayuno del crac. Gabriel ya fue abordado por educadores de la Secretaría Nacional de la Niñez y la Adolescencia (SNNA), en enero último.

Como ya pasó la barrera de los 18 y es mayor de edad, derivaron su caso –junto al de otros 5 jóvenes– al Instituto Paraguayo del Indígena (Indi).

Pero, a todas luces, las autoridades del ente rector de los asuntos indígenas aún siguen sin tomar cartas en el asunto.

Nadie del Indi, hasta ahora, intervino ni realizó gestiones pertinentes para auxiliarlos.

A Walter, quien también es de pueblo originario, lo querían someter a un proceso de reinserción en su comunidad ubicada en Caaguazú. Esa era la idea inicial, pero ahora los técnicos de la SNNA barajan la posibilidad de dejarlo con su madre en una comunidad nativa en Tarumandy, Luque.

Su madre está analizando si vuelve o no a su comunidad, debido a un problema conyugal, de acuerdo con gente de la Secretaría. “La mamá vino la semana antepasada nomás y todavía está en el proceso de no saber qué hacer. Nosotros vamos a acompañarle porque al parecer tuvo un problema con su pareja, no es un problema comunitario”, comenta Margarita Lesme, de la Dirección del Buen Vivir de los Pueblos Originarios de la SNNA.

Mientras, Gabriel agoniza en la vereda cada vez que recibe –y cuando no– su dosis de chespi. Desde el año pasado se lo ve totalmente abandonado, malviviendo a expensas del crac y de la generosidad de la gente.

Quema en latitas vacías de cerveza, que usa a modo de pipa, lo que le resta de la pasta base y, en ocasiones, añade colillas de cigarrillos para prolongar por unos minutos la fumata. Cuando le falta la droga, entra en un acceso de histeria: agita los brazos y lanza golpes de puños al aire.

Walter deberá superar, por su parte, el periodo más difícil de la desintoxicación: la recaída.

FISURA. Las reacciones violentas son los rasgos más comunes de la “deshabituación” al consumo, incluso dentro de los centros de rehabilitación, según explica Jorge Amarilla, director del Programa de Atención Integral a las Niñas, Niños y Adolescentes que viven en las Calles (Painac). Inciden mucho –dice– la comunidad, el vínculo familiar y los espacios de contención como escuelas y colegios en el proceso de desintoxicación integral.

“La gran mayoría de ellos llega a escupir sangre, tocan techo y dicen: ‘me quiero internar’”, reproduce y sostiene que es preciso –llegado un punto– “involucrar a otras instancias jurisdiccionales y por orden judicial internarles ya que están en juego sus vidas”.

Igual cuando los chicos están en los centros “quieren salir, la famosa fisura”, repite.

Se descontrolan y ahí “se hace contención física para que no rompan vidrios” o focos ni se corten los brazos, porque esos impulsos les provocan.

“Del viernes (pasado) hasta hoy (por ayer), hemos hecho como 10 a 15 contenciones físicas en uno de los centros. Revientan los vidrios, genera una desesperación el no poder salir a consumir; en algunos casos salen y les volvemos a ingresar”, comenta sobre la recaída que lleva a los chicos a internarse “tres o cuatro veces”.

En Painac, trabajan con un enfoque social. En los centros de Lambaré y San Lorenzo no suministran medicamentos. “De 10 niños que reinsertamos, normalmente tres recaen y vuelven al sistema de internación en el CNCA”, indica.

Tenemos experiencias de chicos que se han internado cinco veces y ahí recién dejaron de consumir. Jorge Amarilla, director del Painac.

La cifra
280
niños y adolescentes se encuentran en situación de calle y consumo en Asunción y Central.
187 niños, niñas y adolescentes fueron atendidos por el Painac en lo que va del 2018.
316 niños, niñas y adolescentes recibieron asistencia del Painac durante el año 2017.

Urge la creación de más centros de desintoxicación

Ningún barrio de Asunción ni ciudad de Central están libres del consumo de crac. El tratamiento de la adicción a esta destructiva droga trepa los G. 2.500.000 mensuales en un centro privado.
Y el Estado solo dispone de un centro público para todo el país. “Realmente 15 camas para el país no dan abasto. Deberíamos invertir más en espacios de desintoxicación, inclusive de tratamiento a largo plazo”, señala Jorge Amarilla, director del Painac, sobre la capacidad insuficiente del Centro Nacional de Control de Adicciones (CNCA).
“Convengamos que 30 días te desintoxican, pero no se deshabitúa del consumo, eso puede llevar tres años”, dice.
Desde el Painac, lo que hacen es un abordaje a los que están en calle y consumo. Sicólogos, trabajadores sociales y educadores establecen el primer contacto. De ahí les envían al Centro Transitorio de Protección, en Lambaré. Ese lugar tiene capacidad para 10 niños y adolescentes. Allí se quedan un máximo de tres meses, mientras reciben tratamiento ambulatorio o, en su defecto, aguardan para ser internados en el CNCA.
Tras pasar por la primera fase de desintoxicación, activan el tratamiento en el Centro Ñemity, en San Lorenzo, que tiene capacidad para 40 internos. Trabajan con actividades lúdicas, terapia ocupacional, actividades recreativas, tareas de huertas y la instrucción de oficios.