Hay varios niveles de interpretación del triunfo de Trump.
Algunos sostienen razones económicas, sociales y políticas. Es cierto que si los comicios fueran como aquí, la señora Clinton sería la presidenta, porque ganó el voto popular. Pero allá eligen a través de delegados que se reparten proporcionalmente a la población de los Estados, y en ese mapa teñido de rojo (republicano), es posible percibir varias claves.
Por un lado, la denominada mayoría silenciosa que, en muchas oportunidades, no se había identificado ni con el mensaje ni el mensajero esta vez tuvo varias razones para apoyar a un outsider, quien se peleó con todos –incluidos los de su partido–, pero sintonizó con esa mayoría harta de ver a los Clinton, Bush y su larga parentela viviendo de la política por varias generaciones.
El malestar era tan grande que cuando les preguntaron en las encuestas o mintieron o callaron, dando la percepción de que serían un paseo para Hillary los comicios ante un candidato políticamente incorrecto que se largó contra las mujeres, los gays, musulmanes y latinos. Estos últimos fueron frenados por el voto mayoritario de los estados dominados por población negra que han visto el avance hispano que ya los han marginado en términos de dinámica social.
La Florida castigó la insolencia de Obama de capitular ante los Castro.
Trump captó el descontento de los silenciosos e hizo una campaña sorprendente contra el establishment. Derrotó a los dos partidos tradicionales en el camino, a la prensa que mayoritariamente estuvo con Hillary, a empellones fue contra las minorías que captaron notable poder en los últimos años que solo un populista que no perdía nada con perder, tuvo la capacidad de elevar su voz para hacerse con el poder más grande sobre la tierra.
No hará mucho de lo que dijo, pero es probable que tengamos alguien que juegue de manera reiterada al matón, pero no es cualquiera. Tiene el poder militar más grande del planeta y conducirá las riendas de la primera economía mundial.
El atacado establishment lo educará en el camino. Intentará traer el péndulo hacia el centro y aunque fracase, ya le dijo al pueblo norteamericano de qué y de quiénes está harto.
No le pidan coherencia porque no la tiene. No hay racionalidad en mucho de su discurso. Este solo replica el populismo demagógico que hizo presidente a Chávez, Correa u Ortega y aquí casi a Lino Oviedo.
Lo malo de estos personajes y estos periodos históricos es que nuestros políticos son los últimos en acusar recibo de este malestar. Viven en un termo. Aislados e insolentes creyendo que la paciencia de la gente es eterna.
EEUU está dividido, es cierto. Hay muchos que no lo consideran su presidente. Será una navegación procelosa, es verdad. Pero hay que decirlo, que el furúnculo de Trump revela los graves problemas en los órganos internos del cuerpo social, político y económico de Estados Unidos.
Cambiará algo, pero ha revelado el profundo malestar hacia los políticos, que ahora, a pesar de su mayoría en ambas cámaras, le pasarán la factura por su insolencia de plebiscitarlo y ganar.