25 abr. 2024

Malinterpretando a Jesús

Por Luis Bareiro

El 98% de los paraguayos profesan la fe cristiana, de los cuales una abrumadora mayoría es católica (más del 87%, según el último censo). Es lógico pues que la jerarquía católica se pronuncie sobre todo aquello que afecte a las familias paraguayas, ya que estas constituyen su grey. Esos comunicados nos hablan de los hechos o situaciones que la Iglesia considera más relevantes de cara a los valores históricos del cristianismo.

Recientemente, Salud reveló que en Paraguay en promedio dos niñas de menos de 14 años se convierten en madres cada día, lo que significa que fueron víctimas de abuso o estupro. Según la Policía, en ocho de cada diez de los casos el victimario es un familiar directo.

Estos datos escalofriantes dan cuenta de una perversión criminal que ocurre con frecuencia en miles de hogares paraguayos, la mayoría de ellos católicos, siempre de acuerdo con la estadística.

Notablemente, sobre esta atrocidad que ocurre en el seno de familias que deberían vivir acordes con la prédica cristiana no hubo pronunciamiento de los obispos, ni de las asociaciones de padres católicos, ni de organizaciones vinculadas con la Iglesia.

Por esos mismos días, la Secretaría de la Mujer informó que, en promedio, una mujer es asesinada por su pareja cada nueve días, y que en casi la totalidad de los casos el crimen es precedido de una larga lista de hechos de violencia intrafamiliar. Por lógica matemática, debemos concluir que la mayoría de los victimarios al igual que las víctimas son católicos. ¿Qué dijeron los padres de la Iglesia con respecto a esta otra atrocidad? Oficialmente, nada. No hubo comunicados ni solicitadas ni pancartas ni marchas.

La respuesta del Estado ante esta ola de violencia que se ceba en mujeres y niñas fue el tratamiento en el Congreso de una ley especial que prohíbe y pena todo tipo de discriminación y violencia contra personas del género femenino. En el proyecto, al referir que ninguna mujer podrá ser víctima de tales acciones por su condición de mujer, se usó la palabra género. Y, sorprendentemente, esta vez la autoridad de la Iglesia sí alzó su voz. Ante el temor de que el uso de esa palabra supusiera un primer avance en el cuerpo legislativo de lo que llaman ideología de género (que básicamente supone permitir que las personas decidan su identidad sexual, independientemente de su sexo), los obispos dieron la alerta en un fuerte comunicado al que se sumaron integrantes del colectivo pro vida, las iglesias cristianas no católicas y una legión de internautas. El pánico cundió porque entendieron que un hombre que se considerara mujer o se vistiera como tal para asumir una identidad femenina podría eventualmente acogerse a esta ley y pedir protección contra la discriminación o la violencia.

Confieso que los niveles de reacción ante cada caso me desconciertan. Tengo que suponer, según esto, que para los pastores es más grave y merece mayor atención el riesgo de que un hombre eventualmente sea protegido por una ley para proteger mujeres que las barbaridades que se cometen a diario contra niñas y mujeres en hogares donde la mayoría se dice cristiana.

Dudo de que esta fuera la idea del mundo que tenía aquel humanista revolucionario que crucificaron en el Gólgota, sea hombre o dios.

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