Por estos días el senador liberal Blas Llano ensayó un coyuntural acto de contrición y dijo que haber destituido al presidente constitucional Fernando Lugo fue un error desde el punto de vista de la profundización del proceso. Él presidía entonces el PLRA, segunda fuerza políticopartidaria del país, y su posición era clave y determinante para producir el juicio político exprés que devino en golpe de Estado parlamentario contra el régimen republicano.
Alegó que es de humano equivocarse, y se excusó en ello.
Su repentina conciencia es parte del juego político que se despliega en las últimas semanas en el país (enmienda constitucional, reelección) y que tiene que ver con los prolegómenos de las elecciones de 2018. En sus palabras no existe sinceridad esencial, sino oportunismo mendaz y casquivano.
No obstante, más allá de su ocasional declaración, su reconocimiento es la muestra clara de su incompetencia como gobernante desde el legislativo, desde su condición de hombre de partido y desde la confianza que cierto electorado depositó en él para definir leyes y acciones en favor del país y la gente.
El golpe parlamentario de junio de 2012 truncó la posibilidad de profundización del proceso democrático en Paraguay. La presencia de una alianza liberoprogresista abría la oportunidad de ensanchar derechos y de volver más equitativa la vida de los paraguayos, fortalecer instituciones no tecnocráticas y desarrollar sinceros y efectivos programas sociales y de fomento en áreas de la educación, la cultura y agrario. No era un gobierno de izquierda, como suelen instalar o afirmar. Esa ficción es solo para justificar actos injustificables que son resabios del stronismo. Sí era un proceso político importante para el país, en particular para la gente común en su gran mayoría, que Llano, Horacio Cartes, Desiré Masi, su esposo Rafael Filizzola, Efraín Alegre y otros próceres de la desgracia destruyeron. Ahí lo reconoce Llano. A confesión de parte, relevo de pruebas.
Decir, 4 años después –como si nada– que fue un error, y al solo efecto de buscar sacar ventaja de una coyuntura política dada, es doblemente condenable y describe la catadura del político y sus acciones (y ello se extiende a quienes estuvieron en aquel manoteo).
Lugo queda pegado, en una suerte de síndrome de Estocolmo, con su golpeador. Se junta y hasta, posiblemente, se articula con Llano, tratando de reflotarse en una anticipada campaña presidencial.
Políticos así hay demasiados. Reflejo de esto es el estado calamitoso del país. Entonces, termina siendo tan responsable el chancho como el que le rasca para acostarlo.