En agosto de 2012, un estudio del Pentágono advirtió sobre el peligro de la creación de un estado fundamentalista en Siria e Irak, a causa del apoyo prestado por Turquía, Arabia Saudita y ciertos países occidentales a un grupo fundamentalista (ver artículo de Seumas Milne, Guardian, 3/6/2015). El pronóstico se cumplió: el grupo fundamentalista ha creado el Estado Islámico en Siria e Irak. ¿A qué se debía el apoyo extranjero? A que ese grupo, cuyo núcleo es Al Nusra, es de orientación sunita, y como tal enemigo de Irán (de orientación chiita) y de Bashar Asad, el tirano de Siria.
Asad pertenece al partido Baas (laico); llegó al poder en 2000, como heredero de su padre, que lo tuvo desde 1970. Esa larga tiranía militar provocó la insurrección popular de 2011, que todavía no lo puede derrocar.
Contra el tirano está la inmensa mayoría de la población, pero también el grupo fundamentalista del Estado Islámico, que poco ayuda a la causa del cambio de gobierno.
Esa larga lucha ha tenido un efecto terrible para el país. Se estima que, de sus 17 millones de habitantes, 13,5 millones necesitan ayuda humanitaria (algunos pueden morir de hambre) y 6,5 millones han visto desplazados dentro del país a causa de la guerra. En el extranjero se encuentran unos 4,4 millones de sirios exiliados. Cuando se habla de la tragedia siria, lo que más se menciona son las atrocidades del Estado Islámico y el desarrollo de los combates, olvidando con frecuencia los sufrimientos de la población civil; que no es fundamentalista ni terrorista, y se ve atrapada en el fuego cruzado.
Por desgracia, la solución no parece cercana; digo una Siria en paz, sin Asad y sin Estado Islámico. Los países que intervienen piensan demasiado en sus intereses políticos como para ayudar a la mayoría merecedora de un futuro mejor. Asad tiene el apoyo de Rusia e Irán, que por otro lado son aliados de Estados Unidos y países europeos contra el Estado Islámico; sin embargo, Estados Unidos y esos países europeos, también quieren tumbarlo a Asad. Turquía, que combate al Estado Islámico y quiere tumbar a Asad, derribó un avión ruso; como represalia, Rusia le dio a Asad los cohetes antiaéreos S-400, que le permiten a Asad protegerse de los aviones enemigos.
Sin duda, Estados Unidos y sus aliados tienen suficiente capacidad para destruir a Asad y sus aliados en el terreno militar. Sin embargo, una guerra abierta de esas dimensiones puede tener consecuencias políticas calamitosas, y así la guerra sigue, con las potencias que no se enfrentan directamente, sino a través de sus aliados.
Los bombardeos aéreos no van a resolver el conflicto; el envío de tropas de tierra tampoco. Por eso es indispensable un acuerdo político que termine con el absurdo derramamiento de sangre.