En la noche del 23 de junio de 2012, tras el disfrazado golpe parlamentario que destituyó al presidente Fernando Lugo, el comunicador Cristian Vázquez, del equipo del nuevo mandatario, Federico Franco, ingresó con un pelotón de policías a la sede de la Televisión Pública y pretendió hacerse cargo del nuevo medio de comunicación estatal.
El cineasta Marcelo Martinessi, director y fundador de lo que hasta entonces fue la primera experiencia de un medio público como voz de la gente y no propaganda para un sector o partido de gobierno, decidió renunciar a su cargo, con un último gesto de dejar las cámaras y el micrófono en la vereda, para que todos quienes quisieran decir algo, lo dijeran libremente. Fue una tribuna abierta que duró días y noches, con jóvenes campamentados en rebeldía.
Marcelo había interrumpido su ascendente carrera de cineasta, tras dirigir premiados cortos, como Karai Norte y Calle Última, para dedicarse de lleno a construir el primer canal público. Se enfrentó a la burocracia y a los sectores políticos internos del gobierno de Lugo, que querían usar el espacio para atacar a sus adversarios. Por primera vez, culturas marginadas, como la de los indígenas, campesinos, jóvenes y mujeres, adquirían voz propia y digna en la tevé.
El corte abrupto de aquel proyecto generó una gran crisis social, cultural y política. Marcelo sintió el ataque y el odio sectario de los políticos retardarios y conservadores, pero por sobre todo sintió que ese país al que él había retratado con tanta pasión utópica en su documental Los paraguayos, retrocedía décadas en su búsqueda de un futuro mejor. La tevé pública hasta cambió de nombre y se volvió el remedo pobre de un canal comercial.
Martinessi podría haberse dejado llevar por la depresión y la derrota, pero no. Una vez más, rompió el cerco de la mediocridad, retomó su vena creativa y, en pocos años, aportó nuevos cortos fundamentales para nuestro universo audiovisual, como su estremecedora versión de El baldío, de Roa Bastos (2014), ese valiente registro sobre el caso Curuguaty que es La voz perdida (2016) o el Diario Guaraní (2016) sobre el gran antropólogo Bartomeu Melià.
Su mejor revancha, sin embargo, llega en este convulsionado 2018, con su primer largometraje, que debuta nada más y nada menos que en la alfombra roja de la Berlinale, el prestigioso Festival de Cine Internacional de Berlín, compitiendo por el Oso de Oro, donde nunca antes llegó el infante cine paraguayo.
Su película Las herederas es precisamente la metáfora de aquel abrupto despertar tras el golpe del 2012, representado en la conmovedora historia de estas mujeres también golpeadas que deben reinventarse y enfrentar la vida bajo nuevos desafíos. Ya obtuvo el Premio de la Crítica y ahora sabremos si se lleva más galardones, pero aunque así no sea, ya ganó.
Martinessi plasma en clave artística su esperanzadora V de vendetta y todos salimos ganando con esta revancha.