Qué bellas expresiones las del cardenal Parolin, secretario de Estado del Vaticano, en su alocución como enviado papal para la firma del acuerdo de paz entre el gobierno de Santos y los dirigentes de las FARC-EP, guerrilla marxista leninista que lleva sembrando el terror en Colombia durante más de 50 años, considerado el tercer cartel de drogas activo más importante del mundo y responsable de 260.000 asesinatos, 45.000 desaparecidos y 7 millones de desplazados. El cardenal habló del ideal de “concordia y reconciliación”, de las bienaventuranzas para los colombianos que sufren y son perseguidos por causa de la Justicia, y se refirió a este acuerdo no solo como el final de una negociación, sino como el inicio de un proceso de cambios, que requiere de los aportes y el respeto de todos los colombianos.
La comunidad internacional aplaude este paso, pero el entusiasmo hacia la apertura a la paz es inversamente proporcional al sentimiento de duda que produce el “generoso” acuerdo firmado por Santos con los guerrilleros. Es más, como lo refiriera la corresponsal del diario La Nación de España, Salud Hernández, quien sigue el conflicto en Colombia desde hace años, es enorme el malestar y desconsuelo de tantísimas víctimas que no entienden las prerrogativas y la impunidad que su gobierno ha ofrecido a la decaída guerrilla.
¡Qué tremendo lío de conciencia para los colombianos que, más allá de las vestiduras blancas de ocasión o de la simpatía mediática de este acuerdo de paz, tienen que leer las letras chicas del documento que su presidente ha firmado! Ellos deben votar este domingo en el plebiscito para respaldar este acuerdo concreto o rechazarlo. Sí o no. ¡Qué dilema!
Es grande la oposición porque –como explicó el señor Apuleyo Mendoza en el periódico El Tiempo, de Colombia– puede constituir “un escalón de las FARC en su camino hacia el poder”, ya que no renuncian a su negocio de drogas, quedarán eximidos del pago de cárcel (ni siquiera los dirigentes), además obtendrían 26 puestos en el Congreso, 31 emisoras de radio, canal de televisión y un caudaloso presupuesto del Estado para la difusión de su plataforma ideológica, sin contar con que “ocuparán vastas zonas del país sin presencia de la Fuerza Pública”...
¿Valen el perdón y la misericordia para lograr la paz? Ciertamente, sí. Porque el perdón trae alivio al que pasa por el duelo y reconstruye el tejido moral de la comunidad. Pero sin un mínimo de justicia, aunque haya perdón, la paz seguirá siendo frágil. En paralelo al acto oficial, la Iglesia convocó a una jornada de oración por la paz en Colombia.
Me uno como ciudadana expectante de lo que ocurre en nuestro continente y rezo por este sufrido y valiente pueblo.