Al momento de aparecer esta columna yo estaré cruzando el Atlántico con mi hija, luego de dos meses y medio de estancia en Suecia. Como todo paraguayo, la tentación de comparar nuestra sociedad con una de primerísimo mundo es inevitable. Pero creo que si lo hago estaré redundando. Todo lo que se me ocurre ya se ha dicho tantas veces y todos sabemos lo que ellos tienen y nosotros no, lo que ellos hacen bien y nosotros no, etcétera. Pero sobre algunos puntos no puedo evitar redundar. Así que, si me disculpan, procederé.
La envidia es grande en lo que a calidad de vida se refiere. La tristeza es enorme cuando uno recuerda cómo viven la mayoría de nuestros compatriotas, y por extensión muchos latinoamericanos. ¿Cómo es posible que un Estado llegue a tal grado de eficiencia? Secretos no existen. Conocemos la receta. Todo Estado en realidad está manejado por personas. Las personas son los administradores del Estado y los funcionarios públicos, pero también los ciudadanos tienen mucho que ver con su buen o mal funcionamiento.
Lo primero que uno comprende cuando vive acá es que los recursos que se destinan para tal o cual tarea se utilizan para eso y no son desviados. Es decir, el nivel de corrupción es bajísimo, así como también la impunidad. A lo largo de estos meses fui siguiendo las noticias de Paraguay y, por el comportamiento de nuestros intendentes, congresistas, ministros, presidente, jueces, fiscales, se puede casi graficar una tendencia a evitar el control de los recursos del Estado. Siempre que hay una ley que pretende que se hagan bien o mejor las cosas, inmediatamente le sigue una chicana, o una acción paralela que la evita o la deroga sin miramientos.
Si, por ejemplo, los recursos de Fonacide se hubiesen utilizado acá en Suecia, es totalmente seguro de que serían utilizados con justicia, siguiendo al pie de la letra el contrato. Es decir, una escuela se hubiese construido con los mejores materiales, y luego se hubiese rendido cada centavo del dinero con transparencia. El resultado es un país con una estructura muy sólida, carreteras, calles, iluminación, casas, escuelas en buen estado.
La gran pregunta que uno inevitablemente se hace es ¿qué tienen los escandinavos que nosotros no tenemos? Con el tiempo uno los va conociendo mejor. Son gente normal, no extraterrestres. Se equivocan como cualquiera. Son muy amables y trabajadores. Nada que nosotros no tengamos. Eso sí, hay cuestiones que marcan la diferencia. La educación en primer lugar, y otros elementos que hacen a su cultura. Por ejemplo, el crudo y largo invierno obliga necesariamente a ser previsores, a hacer bien las cosas, porque de lo contrario uno simplemente perece a 20 grados bajo cero o más. En fin, hay diferencias, pero nada que no podamos lograr nosotros.
En Paraguay hay muchos intentos por ir por el buen camino, pero siempre está la gente que lo tuerce todo otra vez. Esa gente no merece nuestro voto. La acción política inteligente es una de las formas de ir corrigiendo las cosas. Eso en el fondo es también un cambio cultural. No es fácil, pero tampoco imposible.