Vivimos una coyuntura en la que de diferentes formas se promueve una “cultura del aislamiento”, la que, a la larga, conlleva a un individualismo exacerbado y destructivo para la sociedad, una forma de vivir en donde lo que sucede en el entorno no me interesa; es más, prefiero no enterarme, para así evitar algún estrés.
Y en este proceso las nuevas tecnologías se constituyen en herramientas perfectas para concretar ese “alejamiento” momentáneo que fácilmente se convierte en permanente.
Pero todo pareciera que contribuye a esta práctica. Nos aislamos usando indiscriminadamente los auriculares, en los buses, la calle, las plazas, los lugares de trabajo. Caemos en lo mismo con los videojuegos, que atrapan por horas a miles de niños frente al monitor; con los teléfonos celulares, impulsores de una “soledad grupal”, en donde –en muchos casos– el individuo se reúne con otros, pero no para compartir ideas o dialogar, sino para mirar cada uno sus respectivas pantallas de Smartphone. Algo sin sentido.
Hay que decir que la inseguridad también ha contribuido en este proceso. Hoy, en muchos barrios, hay vecinos que viven aislados, y ya no se encuentran con otros; pues entran y salen de sus viviendas con portones eléctricos y se desplazan en vehículo con vidrios polarizados; ya nadie sabe quién sale ni entra, y ante una ventanilla oscura uno prefiere evitar el saludo. No hablamos de violentar el derecho a la privacidad, sino en la convivencia que fomenta la solidaridad.
Y también se aíslan nuestras autoridades, con consecuencias más que lamentables. Lo hace un juez cuando deja de pisar las cárceles y dialogar con los internos, y así volver a recordar que detrás de cada expediente acumulado hay un persona concreta. Se aísla el intendente cuando deja de caminar por las calles de su ciudad, evitando encontrarse con la basura y las veredas destrozadas.
Se aíslan los parlamentarios, el presidente de la República, y demás, cuando eligen vivir en la burbuja de privilegios, autos lujosos, y millonarios salarios, sin experimentar en primera persona las necesidades de la mayoría. Sin embargo, es en la realidad y frente a ella, con todos sus componentes, en donde uno aprende y se desarrolla. Los descubrimientos e inventos nacieron de la observación; frente a la realidad y no fuera de ella. Las soluciones a los problemas concretos no se alcanzan aislándonos, sino enfrentándolos. El aislamiento frena la organización colectiva, siempre necesaria en una sociedad, pero, sobre todo, puede ser el grito sordo de una soledad destructiva que vive la persona, esa que quizás aguarda que alguien deje sus auriculares y le preste algo de atención, para seguir adelante.