Al llegar a Ecuador para participar en una reunión internacional, Horacio Cartes sintió nostalgia de las vacas enviadas desde el Paraguay: “Una operación comercial muy linda, donde hemos exportado ganado vacuno en avión [...]. Dios quiera que podamos tener tiempo para visitar ese ganado que ya lo extrañamos” (Última Hora, 27/1/16). Dudo de que las vacas lo extrañaran a él, ni a los seres humanos en general, que pueden ser muy poco humanos en su tratamiento de los animales.
El maltrato animal es uno de los temas tocados por el filme documental Cowspiracy, que está en Netflix, y quizás sea pasado por la BBC, atendiendo una petición (https://www.change.org/p/bbc-screen-the-documentary-cowspiracy?recruiter=56110348&utm_source=share_petition&utm_medium=copylink).
Cowspiracy es un juego de palabras, una combinación de cow (vaca) y conspiracy (conspiración); en forma aproximada, podría traducirse como conspiración de las vacas. No significa esto que las conspiradoras sean las vacas, sino los vaqueros, y productores de carne (de cerdos, aves de corral, etcétera).
¿Por qué conspiradores? Porque ocultan las consecuencias de la ganadería: deforestación, uso y contaminación del agua, producción de gases de efecto invernadero, erosión del suelo y surgimiento de “zonas muertas” en los mares.
Se sabe que los combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) son responsables del calentamiento global, pero se ignora la participación real de la ganadería en ese fenómeno alarmante. Esta es una tesis central de los autores del filme, Kip Andersen y Keegan Kuhn, que consideran a la ganadería más contaminante que la industria del transporte (más contaminante en el sentido de más productora de gases de efecto invernadero).
Más importante que reducir el uso de los combustibles fósiles es reducir el consumo de carne a nivel mundial, afirman Andersen y Kuhn. Confieso que la afirmación me resultó sorprendente, como la película en general, que me ha hecho pensar. No sé si podré volverme vegetariano, pero puedo comer menos carne, y de hecho lo hago.
Las estadísticas, que deberían tener una objetividad absoluta, pueden ser discutibles, porque existen distintos modos de obtener sus cifras. Sin embargo, son necesarias para comprender muchas situaciones y, en este sentido, creo importantes algunas de las cifras presentadas en Cowspiracy: el 91% de la destrucción de la selva amazónica se debe a la ganadería; las vacas consumen más agua que los seres humanos a nivel global y, cada minuto, arrojan siete millones de excrementos que van a parar a las aguas.
¿Por qué se mantiene ese sistema de producción entonces? Porque hay grandes intereses empeñados en mantenerlo: en el Brasil, los madereros y terratenientes han asesinado a unos mil cien activistas ecológicos en los últimos veinte años, incluyendo a la monja norteamericana Dorothy Stang. El sistema reporta grandes beneficios económicos para un número reducido de personas pero, desde el punto de vista del futuro del planeta y de sus habitantes, no es sostenible. Este mensaje del filme ha sido muy debatido y merece debatirse después de haberlo visto y reflexionado.