24 abr. 2024

La camioneta del intendente

Por Luis Bareiro

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¿Sabía que solo en los tres últimos años los municipios recibieron en su conjunto más de mil millones de dólares en concepto de royalties? ¿Vio los resultados? Es el dinero que Itaipú le paga al país por el uso de las aguas del Paraná, y que la ley obliga a repartir entre intendencias y gobernaciones. Es una plata que les cae de arriba. No tienen que hacer el menor esfuerzo por conseguirla; solo sentarse a esperar que venga.

Contrario a lo que alguna gente cree, ese dinero no sirvió para fortalecer a los gobiernos municipales o a las gobernaciones haciendo del sueño de la descentralización una realidad. Esa plata dulce les mató institucionalmente porque no necesitaron crear un aparato de recaudación. No viven de los impuestos o las tasas que cobran a sus gobernados. No necesitan de sus contribuyentes locales. Y eso en democracia es fatal.

El vínculo más fuerte de cualquier autoridad electa con sus gobernados no es el voto, es el impuesto. No todos votaron a un gobierno electo, pero todos le pagan tributo. El ciudadano se siente con derecho de protestar –y lo hace y con bronca– cuando toma conciencia de que la autoridad de turno no es sino quien administra su dinero, ese que paga compulsivamente por imposición de la ley y para –en teoría– financiar los servicios públicos.

Luego, si no recibe los servicios por los que paga se enfurece. Y la furia ciudadana termina por acabar más tarde o más temprano con cualquier mal administrador. Esa es la lógica sagrada de la democracia.

Pero los municipios no viven de la plata de sus gobernados sino del dinero dulce que fluye de Itaipú. Por lo tanto, no tienen vínculo directo de responsabilidad con el aportante y, lo que es peor, no necesitan construir un músculo recaudador. Esto último no es poca cosa. La pieza basal sobre la que se construye cualquier administración pública eficiente es el órgano tributario. Sin recaudación no puede sobrevivir el aparato público. Por eso la gran mayoría de los municipios (salvo los de las ciudades más grandes) no son sino cáscaras vacías. Un rejuntado de cargos electivos y operadores políticos con cargos administrativos que se comen el presupuesto con cero resultados.

No tienen la menor capacidad como para ejecutar políticas públicas. Son una farsa montada para repartir dinero público entre los caudillos políticos regionales, sangre financiera pública para nutrir las bases de los partidos.

Esto no significa que los municipios no sean absolutamente necesarios. Al contrario, no puede haber democracia en tanto no descentralicemos el poder. La historia lo dice. La Municipalidad debería ser la conexión más directa entre el ciudadano y la autoridad electa.

Justamente por eso creo que la única forma de corregir este entuerto es destetar gradualmente a los municipios de Itaipú y descentralizar el cobro de los impuestos. Cortémosles el chorro de los royalties y démosles la oportunidad de generar sus propios ingresos. Veremos si los ciudadanos son tan concesivos cuando vean cómo el dinero que les cobró su intendente lo usa únicamente para cambiar su camioneta.

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