Pasaron 30 años desde el día en que Domingo Guzmán Rolón Centurión fue detenido al ingresar al país con un certificado falso a nombre de otra persona. Las autoridades argentinas lo arrestaron y durante varias semanas lo tuvieron en distintos centros de detención hasta que, casi dos meses de tenerlo así, lo metieron en la valijera de un auto en Formosa. El paraguayo saldría de aquella valijera solo para ver que la pesadilla recién empezaba: fue llevado hasta el departamento de Investigaciones de Asunción. Era 1976 y lo acusaban de ser parte de la Organización Político Militar (OPM) y de las Ligas Agrarias Cristianas. El Cóndor volaba alto.
La fiscala Liliana Zayas, de la Unidad de Derechos Humanos, imputó días atrás a 10 represores de la Policía stronista por torturar a Domingo Guzmán Rolón. Diez hombres de los cuales cuatro ya tienen condenas por delitos de lesa humanidad en su haber, y absolutamente todos ya están en el ocaso de sus vidas.
Para un país que tuvo 35 años de una dictadura asesina y torturadora, el Ministerio Público se tardó mucho en considerar necesaria una unidad especializada en derechos humanos. Este equipo de fiscales se creó formalmente en el 2011. Desde entonces, se enfocó en perseguir casos recientes de torturas o lesiones corporales, más que de las atrocidades cometidas por el Gobierno de Stroessner.
La imputación formulada por la fiscala Zayas debe ser celebrada como un valiente esfuerzo de parte de una representante del Ministerio Público en encontrar justicia y preservar la memoria histórica. Sin embargo, no se puede dejar pasar en alto las décadas de desidia tanto de la Fiscalía como del Poder Judicial en sancionar la brutalidad de los represores.
La impunidad de la que aún gozan nefastas figuras del régimen es tal que apenas hace tres años Eusebio Torres, uno de los diez imputados por las torturas cometidas a Domingo Guzmán Rolón, fue condecorado por el Gobierno de Horacio Cartes por su labor como policía. De 448 torturadores identificados por la Comisión Verdad y Justicia, solo 8 llegaron a ser condenados.
“Nada se parece más a la injusticia que la justicia tardía”, decía el filósofo Séneca. Es una frase muy repetida en las facultades de Derecho a los futuros abogados, jueces y fiscales. Esa justicia tardía fomenta que casos como Domingo Guzmán Rolón algún día se repitan, ampara las torturas cometidas por la Policía que hoy vigila nuestras calles, y protege a los que modelaron el país a su gusto y sepultaron al pueblo con desigualdades, ignorancia y miedo.