El respeto no se pide, se gana. Y las fuerzas policiales deben ganarse la consideración ciudadana con honestidad, idoneidad y profesionalismo. No es actuando como una horda uniformada que se hace respetable a una institución tan vital como la policial.
En la zona del centro, avenida Quinta, Sajonia y otros puntos aledaños, cruzarse a la noche con una patrullera genera más temor que seguridad. Y son las personas honestas las que más están expuestas a este accionar que bordea la ilegalidad.
Los uniformados no buscan delincuentes, buscan víctimas para extorsionar. Entonces, antes que combatir la delincuencia lo que hacen es comportarse como delincuentes.
Como zorros sedientos patrullan con las luces apagadas y con el ánimo avieso de quien tiene un hambre inextinguible de deshonestidad.
No buscan la prevención. Ni el combate frontal al delito, como hacen otros colegas en sitios más peligrosos en el Norte. Escondido en sus uniformes y con la autoridad que el Estado les dio con apenas unos años de estudios, esta jauría solo busca sangre. Y en el mejor de los casos suelen conformarse con 100.000 guaraníes. Aunque a veces no descansan hasta saciar su instinto asesino, como el triste caso del joven que quedó parapléjico por un balazo de un suboficial que en teoría recibe un sueldo para protegerlo.
Actúan como los ladrones, amparados en la oscuridad. Cualquier incauto que, por ejemplo, se queda en Quinta para cenar, de vuelta a casa es un potencial cliente.
Ni bien el infortunado remonta viaje es perseguido por la patrullera que sin señal alguna de alerta se abalanza sobre el indefenso para reclamarle si tomó o no alcohol. Y si lo hizo, comienza una filípica con términos leguleyos mal aprendidos hasta acabar en una generosa donación forzosa del pobre ciudadano.
Ahora si es un pobre comerciante de la zona, no le va a ir mejor. Estos están hartos de dar de comer gratis hasta a la suegra del último suboficial de la comisaría. Y usan la patrullera para el delivery. Además, los pecheos no correspondidos acaban en sospechosos actos delincuenciales con suspicaz ausencia policial en los comercios remisos.
El origen de todo está en que jamás la sociedad se planteó qué tipo de Policía quiere.
La clase política que debe canalizar este debate está más interesada en fomentar el prebendarismo, aprovecharse de la obsecuencia y eternizar la mediocridad para perpetuar sus malsanos privilegios.