El paisaje cambia progresiva pero sustancialmente cuando uno viaja hacia el sur. Encaminándose por los campos de Paraguarí, ingresando luego a Misiones y llegando a Itapúa, le queda a uno la sensación de transitar por un país distinto, por algo diferente a lo que conocemos en Asunción. Quizás, en el resto del Paraguay.
Por tercer año consecutivo fui a descansar tres días de fin de año a Carmen del Paraná y la capital del sureño departamento, y no puedo dejar de escribir, de contarles a mis amables lectores, las maravillas que se ven por aquella región del territorio nacional.
Se observa, desde luego, una muy sutil transformación del paisaje, pero también de la geografía humana, de las costumbres, de los hábitos... de los buenos hábitos.
Y no se trata exclusivamente, claro está, de que tanto Carmen del Paraná como Encarnación cuenten con costaneras más hermosas y mejor cuidadas que la de Asunción; hay una actitud de los ciudadanos allí que cambia: una mirada diferente hacia el trabajo, con visión emprendedora, de retos asumidos.
No deja de llamar la atención ese importante número de familias que tienen su origen en aquellos sacrificados inmigrantes ucranianos, polacos y alemanes que hace setenta, ochenta años llegaron de sus remotas tierras para afincarse en un lugar todavía inhóspito y transformarlo en el nuevo hogar de paz y prosperidad que no encontraban en la vieja Europa.
Lo cierto es que la gente tiene un perfil de mayor hospitalidad que en la capital; sabe convivir en medio de la diversidad sin rechazar lo distinto, sin ese dejo de provincialismo y desconfianza hacia lo extraño que cunde por estas latitudes.
Sorprende gratamente observar que la gente en las playas es más cuidadosa, más limpia; cumplidora de los reglamentos de convivencia establecidos por las autoridades. No hay estridencias sonoras ni se ve a tantas personas tirando impunemente basura a la vía pública desde sus vehículos o desde los ómnibus.
Existe otro talante. Es evidente. La actitud es diferente. Menos fatalista, más entusiasta. Hay un sentido de pertenencia del que los asuncenos no podemos jactarnos. Y eso se percibe en el cuidado de las calles y las plazas, en el aseo de los espacios públicos, concebidos como lugares de encuentro y esparcimiento.
En fin, Itapúa –el sur, en general– es un modelo de ese otro país que tanto reclamamos a las autoridades, pero que parecemos incapaces de esforzarnos por construir para vivir de manera más ordenada, más digna y con reales oportunidades para todos.