Hay una generación de políticos en democracia que han hecho del asalto, la audacia y la temeridad un protocolo para asaltar el poder o permanecer en él.
Son capaces de todo tipo de felonías, incoherencias, contradicciones y mentiras. Dicen representar en sus conductas el tiempo que les toca vivir, donde permanecer en la marquesina de este teatro de vanidades y corrupciones es más importante que ser y proyectar un legado.
Vivimos tiempos de decadencia, de lo contrario, ¿cómo explicamos que un ex obispo devenido en político al que lo desalojaron del poder por incompetente, hoy sea aún un referente de los mismos que él había denunciado como los culpables de su defenestramiento del cargo?
Nunca como senador habló ni presentó propuesta alguna, pero quiere ser presidente del cuerpo. Nunca tomó posición en nada. Le da igual uno de derecha y otro de izquierda. Podría ser el sobrino de Méndez Fleitas y caminar codo a codo con lo más granado del stronismo. Simuló ser lo que no era y está aún vigente con la complacencia de una parte de la sociedad que lo tiene como un referente de nuestros tiempos: la contradicción más profunda de este pueblo vaciado de ética y de referentes.
Es capaz de todo. No tiene limites y su conducta es un grito que denuncia la podredumbre institucional de la República. Se mofa, se ríe, se contonea y no tiene empacho en caer en los más profundos abismos del cinismo. Le dan igual los cenáculos con bataclanas que las referencias bíblicas inconexas con su propia historia.
Ha hecho del cambalache un reguetón de su vida y con el ritmo contagiante ha proyectado hacia la sociedad paraguaya la profunda necesidad de cambiar. La urgencia de tener políticos hechos de otra madera. Con palabras que sean su contrato, con actitudes valientes y corajudas, y con un testimonio de vida que se proyecte hacia el futuro. Es probablemente nuestra conciencia tardía y requiere de un profundo cambio si no queremos permanecer en un país cercano al de un Estado fallido, donde nada es previsible ni cierto.
Entre nosotros, los hombres no pasan ni las instituciones se quedan. Aquí en esta tierra del infortunio de Roa, los hombres son retazos de un paisaje institucional inexistente.
Se simula ser para reconocerse vivos aunque solo sean zombis deambulando por oficinas gubernamentales.
Es tiempo de los electores con coraje y memoria. Estos sinvergüenzas creen que pueden hacer todo con la tolerancia y mansedumbre de la mayoría. Mientras la mayoría de la población viva arrodillada la seguirá humillando y las palabras no tendrán sentido ni valor.
Un país orgulloso de su bravura guerrera es un remedo de civilidad en tiempos de paz. La desfachatez de la política paraguaya ha convertido a millones en ilotas (idiotas) dejando en la condición de tontos a los ciudadanos. Es el tiempo de estos para acabar con las inconsistencias que han agotado el entusiasmo y optimismo democrático a millones.
Hay que hacerlo pronto por la propia supervivencia personal.