Hay que admitir que la frecuencia y el salvajismo con que algunos hombres matan a algunas mujeres son definitivamente alarmantes. Pero ese desajuste social no responde a una conjura masculina, como parecen interpretar algunas mujeres. También hay casos a la inversa, en los que las víctimas son hombres. Y también hay víctimas infantiles. Esto último se vuelve sobrecogedor cuando el asesino es el padre, en un caso en el que la víctima mortal fue un pequeño de cuatro años, quien entendía perfectamente lo que sucedía y rogaba al victimario que no lo matara. El ruego, obviamente, no fue atendido.
En la otra punta, una madre ahorcó a su hija de siete años, también esta en conocimiento de lo que iba a sucederle. Luego la mujer envió las horrorosas imágenes a su suegra, vía alguna de esas aplicaciones que tienen los celulares. Sencillamente horroroso, asqueroso, espantoso.
Los hombres y mujeres, desde que el mundo es tal, se han llevado maravillosa y terriblemente, de forma alternada. Pero eso ocurre también con dos hombres que compartan una vivienda. O dos mujeres. La convivencia es el principal factor de las incomodidades y las irritaciones. Claro que no es cuestión de que uno decapite a su mujer porque cocinó algo espantoso. Ni ella está autorizada a despedazar a su marido con una cortadora de césped, porque deja la ropa tirada en el suelo.
Como soporte de mi postura de que no hay conjura masculina contra las mujeres, me permito apuntar que los afectos más fuertes vigentes en toda sociedad, salvo algunas excesivamente salvajes, son los que unen a hombres y mujeres. Novios, parejas casadas, amigos, padre e hijas. Madres e hijos, y algún ejemplo más que en este momento se ausentó de mi memoria.
Yo mismo estoy incurso en el ejemplo: mis tres hijas me tienen de la nuca. Las amo con gran intensidad. No concibo una reunión social solo entre hombres. Para mí, las mujeres son imprescindibles, aunque sea solo para mirarlas y conversar con algunas. Ese solo detalle ya evitará la molesta exclusividad masculina (la mayonesa, que le dicen), pues deben saber las damas que los hombres, estando solos, nos portamos como primates, que es lo que somos en esencia.
Volviendo al asunto principal: esos subnormales que golpean e incluso matan a sus mujeres, son igual de despreciables para nosotros. Si dependiera de mí, yo implantaría la pena de muerte para quien fuera descubierto in fraganti matando a su pareja o a su hijo. Es todo por hoy.