24 abr. 2024

Foto con el Yeti

Por Luis Bareiro

Alego en mi defensa que era viernes, que al día siguiente no me tocaba trabajar, que habíamos dado cuenta de tres o cuatros botellas de vino y que mi ruinoso departamento de soltero quedaba a la vuelta del bar. Así que para cuando tomaron la foto ya le habíamos hecho hurras al Ché, a Fidel, a Mao y hasta al Chapulín Colorado; además habíamos planeado colgar en una plaza a toda la cúpula de la Rural, la Feprinco, la UIP, el embajador americano y hasta a Brad Pitt –a él de pura envidia, ya que estábamos–.

La revolución se definió en menos de cuatro copas. Estábamos ebrios de patriotismo revolucionario, pero principalmente de un tinto barato, y ese momento de paroxismo marxista quedó retratado en un brindis hacia la medianoche.

Nunca supe adónde fue a parar aquella instantánea. Entonces los celulares –si es que alguien tenía uno– solo servían para hablar; así que la cámara habrá sido de alguno de los integrantes del partido Patria Libre, cuya sede quedaba justo enfrente a nuestro bar, y cuyo miembro más conspicuo por aquel tiempo era nuestro colega del diario Noticias Anuncio Martí, quien en una clara muestra de populismo guevarista había invitado la primera botella.

Solía recordar la anécdota con humor. Unos cuantos periodistas –algunos, como este humilde servidor, partidarios de la privatización salvaje que estaba de moda–, unos revolucionarios de café y un par de militantes de Patria Libre que alcanzarían fama años más adelante como promotores de una guerrilla anacrónica. Todos en la misma foto, borrachos con la fantasía de cambiar el mundo a puro verso.

Ahora que el ministro Gustavo Leite y otros voceros de facto de la Administración Cartes andan por ahí resucitando fotos o conexiones coyunturales del pasado y satanizando las ideas de izquierda como si fueran sacadas de algún libro de magia negra, la anécdota ya no me parece tan simpática. En cualquier momento resucitan aquella efigie y terminamos todos sospechados de epepismo.

De pronto seremos nosotros –los que fuimos aquellos jóvenes irreverentes que no teníamos la más pálida idea de los derroteros que tomarían esos compañeros de farra– los responsables de las muertes que produce esa organización criminal, y no los errores cometidos por quienes comandan a las tropas encargadas de combatirla.

No será muy lógico, es cierto, pero es obvio que eso es lo que menos importa últimamente. ¿O acaso fue una ley del Congreso la que produjo la muerte de los ocho soldados transportados en un vehículo sin seguridad en la zona roja del EPP? ¿O fue Lugo quien les ordenó que corrieran semejante riesgo? ¿Serán sus oraciones de cura perjuro las que impiden que ubiquen a sus asesinos? ¿O las arengas de Desirée Masi las que confunden a los estrategas de la Fuerza de Tarea Conjunta?

Cuando el disparate se convierte en argumento, nadie está a salvo. Cualquiera puede ser acusado de cómplice, partidario o tibio. La consigna es simple: o estás con Cartes o estás con el EPP.

Yo por si acaso voy a buscar mi foto con el Papa. A ver si con esa se animan a acusarme de algo.

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