A Flores el escritor brasileño Jorge Amado, autor de libros popularísimos como Doña Flor y sus dos maridos, lo llamaba simplemente Asunción. Había mucho de homenaje a la ciudad natal del creador de la guarania en esa denominación del “novelista de putas y vagabundos”. Ambos artistas nacieron en agosto. Amado, el 10; Flores, el 27. El paraguayo era ocho años mayor que el bahiano, quien falleció también en agosto hace quince años. Los dos eran comunistas y los dos forjaron, como un arma legendaria, una obra artística cuyos rizomas se alimentan de sus respectivas culturas de origen: afroamericana el autor de Canto de amor a Bahía y guaraní-campesina, quien compuso Pyhare pyte.
Hace sesenta años, Flores se disponía a viajar a la Unión Soviética por primera vez. Sus camaradas rusos mostraban un interés en su música que en su propio país, gobernado por Stroessner, no existía en ámbitos oficiales. Embarcado en Buenos Aires, el músico debía ir primero a Londres, luego a Viena y recién de allí volaría hasta Moscú, invitado por la Unión de Músicos Soviéticos. El poeta Elvio Romero, también exiliado en la capital argentina, le dio unos pesos a Flores y le explicó que llegado a Londres debía esperar una hora a que por los altavoces llamaran a los pasajeros del vuelo a Viena, para así embarcar. Los dos no cayeron en la cuenta de que José Asunción solo hablaba castellano y guaraní. Por lo que este esperó en vano durante horas que anunciaran la partida del vuelo en cuestión. Wien, como se dice en inglés, no le sonaba de nada al paraguayo. Así perdió su conexión.
En vano Flores trató de hacerse entender en español: nadie entendía castellano, menos guaraní. Hasta que dijo: “Soy Asunción Flores, autor de India”. Dio la casualidad que por allí andaba el embajador de Argentina en Gran Bretaña. Se cercioró del caso y lo ayudó a cambiar sus pasajes, le consiguió hotel y, finalmente, le pidió un autógrafo: su esposa cantaba en el baño sus guaranias. Así llegó a Viena.
Allí estaba Jorge Amado, quien lo encontró muerto de hambre. Pero no solo necesitaba comer. Flores le dijo al novelista que un paraguayo, “luego de cuatro días sin mujer ya no se fija en la edad, en la raza ni en sexo”. La urgencia sexual también le apremiaba. Y buscaba que el brasileño le solucionara ambas cosas. Había, por supuesto, algo muy característico del macho paraguayo en la actitud de Flores.
Estaba en el restaurante una camarada vienesa que hacía de intérprete. Amado le presentó a Flores y le dijo que era un célebre compositor. Ella lo miró de arriba abajo.
—¿Realmente es muy famoso? —preguntó.
—¡Muy famoso! En Buenos Aires las mujeres se pelean por acostarse con él... —respondió en francés el novelista.
Amado insistió en que la música de Flores se oiría, gloriosa, en Moscú. La mujer pareció convencerse. El brasileño se levantó discretamente y los dejó solos al paraguayo y la austriaca. El resto no se sabe.