Muy poca gente se interesa en las ciencias hoy, según estadísticas fatales publicadas hace poco en Paraguay. ¿Nos falta inteligencia? ¡No! Falta interés. Por eso pasan cosas a nuestro alrededor, pero no nos interesa estudiar el porqué, las raíces, establecer hipótesis, comparar, pronosticar los resultados, actuar en consecuencia. Mientras tanto se repiten los errores hasta el infinito y somos gobernados por un poder que no se compadece de nuestra racionalidad y nos estupidiza. Este es un pensamiento que surge al escuchar de nuevo el grito de algunos campesinos organizados en la ciudad. Como cada año, algunos dirigentes enredados en un discurso marxista pasado de década, gente arreada y otra convencida y decepcionada, con un gobierno dubitante, con una ciudadanía aletargada y, cuando no, los infaltables pescadores de río revuelto. ¿Cómo hacer recobrar protagonismo a la razón? Una apreciación sobre la paz como obra de la justicia y el rol del derecho y del Estado llegó a tiempo para analizar los hechos desde una arista menos politiquera. Quizás a alguien ayude estos breves e incompletos apuntes sobre una ponencia al respecto del doctor y catedrático José María de la Cuesta y Rute.
En el fondo el problema campesino es el mismo del resto de la ciudadanía: la falta de autonomía del derecho en relación con el poder.
La paz, como definiera el sabio Agustín de Hipona, es tranquilitas ordinis o tranquilidad del orden. Pero la paz verdadera tiene como protagonista al hombre y su verdad, y no el poder desde su voluntad. He aquí la funesta confusión positivista que nos atrapa en sus redes populistas cada año. ¿Es posible la paz como sosiego de nuestro espíritu por la conformidad de nuestros actos con la totalidad del orden del mundo? Sí, siempre que tenga como base la justicia, la cual hace virtuoso al hombre, es decir, es un acto personal y realista, ¡nunca ideológico! La justicia, como objeto del derecho, debe estar al servicio del hombre concreto y no del poder. Por eso se equivoca quien absolutiza el rol del Estado en la propiciación de la justicia desde la legalidad del poder.
No es la ley, sino el derecho el que genera un orden. Y sin derecho, es decir, sin personas concretas que ejerzan la justicia libremente, no habrá cambios reales. O se vuelve a potenciar a la persona desde una educación realista como protagonista de la historia y dar al Estado solo el rol subsidiario que le corresponde, o siempre habrá arreos, gritos, ideologías y pescadores de río revuelto.
Como el gato pardo cada año cambiará un poco, para que no cambie nunca nada.