Acabaron las elecciones y debemos los paraguayos salir de las trincheras. Escribo estas líneas un día antes de las elecciones sin conocer quién es el nuevo presidente, pero, independiente de esto, el desafío es el mismo. Hacer un Paraguay menos desigual para todos.
Si hay algo positivo que hicimos en los últimos quince años fue lograr blindar nuestra economía sin importar qué signo político esté al mando de la administración del Estado y esa buena decisión como país nos permite hoy ser un ejemplo de crecimiento económico y estabilidad admirado por toda la región y el mundo.
Pero nos quedamos ahí. Conformes con los grandes números de expansión del producto, del control de la inflación, y poco avance en mejorar la calidad de vida de esa clase media-baja que representa más de la mitad de la población paraguaya.
El paraguayo de a pie siente que le mienten, que en realidad las cosas no están tan bien como pintan los informes oficiales; por ello es que las nuevas autoridades deberán buscar mecanismos que logren revertir las enormes desigualdades y, humildemente, creo que hay cuatro pasos claves para empezar a caminar.
Primero, predicar con el ejemplo. Ser trabajador del Estado no puede significar entrar a una casta laboral de niveles salariales, gratificaciones y beneficios adicionales –como los seguros médicos vip– que no se tienen ni en países de primer mundo. El nuevo presidente deberá poner un freno a ese robo disfrazado de “derecho adquirido”.
Cada nueva administración tiene en su primer año una cuota de respaldo, que debe ser aprovechada para la depuración definitiva de ese cáncer conocido como “planilleros"; esa decisión política puede que reste cierto número de voto cautivo, pero seguro que ganará la aceptación de una gran mayoría de la ciudadanía.
Segundo, trabajar en una fuerte reforma fiscal. El Estado debe tener mayor capacidad de recaudación para que –con recursos propios– pueda solventar las inversiones del área social como la salud y educación. Hay que revisar todo el listado de excepciones fiscales a sectores ya consolidados, ajustar las tasas a sectores de alta renta –pero ojo– cuidando que los niveles no le resten competitividad y combatir decididamente la evasión y el contrabando.
Tercero, seguir impulsando las obras de infraestructura, pero con honestidad. El Gobierno de Cartes terminará su mandato sin entregar culminado el sistema metrobús y sin siquiera tener definido el inicio de obras tan importantes como el tren de cercanías y la modernización del aeropuerto. Los escándalos de corrupción que se fueron descubriendo en el proceso de estos emblemáticos proyectos no pueden continuar, el país no puede seguir postergado por el interés de turno del administrador que para hacer una obra busca un doble efecto: sacar rédito político y embolsillarse un negocio particular.
Y, finalmente, cito un cuarto elemento que es la reforma del seguro social. En varias ocasiones dije que esta es una bomba de tiempo que nos explotará en la cara en los próximos diez a quince años si no tomamos medidas urgentes hoy. Tenemos al 80% de los ocupados sin protección y los que tenemos la suerte de contribuir a un sistema de pensión, aportamos a cajas totalmente deficitarias actuarialmente.
La ley que crea la Superintendencia de Pensiones es impostergable, porque permitirá contar con un regulador de las cajas que verifique la situación financiera y las inversiones para hacer sostenible cada una de ellas.
El nuevo ministro de Trabajo debe poner mano dura en la lucha por disminuir la informalidad, acelerar el proceso de digitalización para el cruzamiento de datos entre IPS, Hacienda y la lista obrero patronal y así regularizar la situación laboral de miles de compatriotas.
Repito, escribo estas líneas sin saber aún quién ganó las elecciones generales, pero al presidente electo le deseo una buena gestión, porque si le va bien, nos irá bien a todos. Empezamos de nuevo.