Casi sin darme cuenta, he vuelto a fumar. A fumar de verdad, digo. No solo “socialmente”. Pocos cigarrillos, pero diarios. Por supuesto, no es algo de lo que me enorgullezca. Pero como he vuelto a hacerlo, he vuelto a hojear, entonces, Puro humo (Alfaguara, 2000), el libro-homenaje al placer de fumar que Guillermo Cabrera Infante publicó en 1985 en inglés, bajo el título de Holy smoke, traducido (y reescrito) por él mismo a nuestro idioma.
En él, uno de los más grandes prosistas en lengua castellana cuenta cómo la relación del europeo con el tabaco nació de un no muy antojadizo malentendido: Cristóbal Colón envió a Rodrigo de Xeres por el oro y regresó con las manos vacías, pero con una historia referente a los hombres-chimenea que llevaban consigo a todos lados “un tubo marrón ardiendo por un extremo”. En el principio, para el hombre blanco el tabaco ya era el oro. Para quienes lo fumaron y mascaron por siglos en América, una de las formas de ser más humanos, de trascender en el rito del “humo sagrado”.
En diciembre pasado, Horacio Cartes, presidente de la República y empresario del rubro, promulgó una ley que “aumenta” la tasa del Impuesto Selectivo al Consumo solo hasta el 20% en el caso de los cigarrillos. Este año, las empresas tabacaleras del propio Cartes no pagarán más de 16% de impuestos. Además, se sabe que la mayor parte de la producción cartista termina como producto de contrabando, minando el mercado brasileño. Pero Cartes es un “vendedor de buena fe” y, por lo visto, también un promulgador de leyes con mejor fe aún...
En Argentina rige una carga fiscal de más del 70%. En Chile, del 81%. En el caso del país trasandino, entre 2005 y 2013, entre los jóvenes fumadores que declararon haber consumido cigarrillos durante el último mes de un estudio, se redujo del 41,3% a 26,13% la cantidad de dichos fumadores, en directa consonancia con la ampliación de los impuestos y, por ende, el aumento del precio al consumidor. La medida tiene relación con una cuestión eminentemente sanitaria. Acaso la única posible. “Subir los impuestos sobre los productos del tabaco es una de las formas más efectivas y más rentables de reducir el consumo de productos nocivos, mientras se generan ingresos públicos”, señaló en su momento la directora general de la Organización Mundial de la Salud, Margaret Chan.
Quienes fumamos sabemos que el humo es un goce nocivo. Quienes lean el libro de Cabrera Infante encontrarán una historia erudita del tabaco, pero también un tributo a la relación de la literatura y el cine con la costumbre de fumar. A quienes producen los cigarrillos, estas nimiedades no les importan. Solo el lucro llano, por sobre la salud pública. Cuando un presidente es juez y parte de ese lucro y su regulación, es que un país está gobernado por la venta de puro humo del capitalismo tabacalero.