25 abr. 2024

El día en que los mansos quebraron su silencio

Andrés Colmán Gutiérrez – @andrescolman

Los menonitas son un grupo humano especial, que intentan conservar parte de una cultura de hace más de tres siglos en plena era digital. Pacifistas por convicción religiosa y cultural, aunque los primeros inmigrantes ya llevan 90 años en el país, nos siguen llamando “paraguayos” a quienes no somos miembros de su comunidad.

Son cristianos anabaptistas o “rebautizados”, gente sufrida que huyó de la persecución y la guerra, buscando lugares del mundo en donde establecer sus utópicas aldeas. Se estima que hay más de 30.000 menonitas viviendo en el Paraguay. Los más antiguos del Chaco y Caaguazú han logrado integrarse con cierta facilidad, pero los que llegaron en los 70 y 80, en San Pedro y Canindeyú, seguían siendo muy cerrados.

Es común verlos en las calles de Santa Rosa del Aguaray, circulando en típicos carros tirados por caballos, con sus anchos sombreros y sus mamelucos de granjero, saludando con timidez, apurados por hacer sus compras y retornar a sus colonias, buscando huir del mundo exterior. Han intentado permanecer distantes de “los problemas políticos de los paraguayos”, pero la dura realidad ha terminando por alcanzarlos y golpearlos despiadadamente.

Desde hace un par de años el grupo armado que se presume guerrillero y se hace llamar Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) los ha tomado como víctimas propiciatorias de sus ataques violentos, secuestros extorsivos y cobros de los denominados “impuestos revolucionarios”. De las cinco personas que la banda mantiene actualmente secuestradas, tres son menonitas: Abrahán Fehr, Franz Hieber y Bernhard Blatz. Un cuarto cautivo, Franz Wiebe, fue liberado en febrero pasado, luego de que su familia fue obligada a entregar víveres a indígenas.

Ahora, por primera vez, los mansos menonitas han decidido romper su tradicional parsimonia, su mutismo crónico y sus votos religiosos, para salir a gritar al resto del país y del mundo lo que están sufriendo. Lo han hecho con sus carros, sus mamelucos y sus sombreros, marchando en su primera manifestación política junto a una multitud de paraguayos, estimada en más de 10.000 personas, que se extendió por más de tres kilómetros sobre la ruta 3.

En un dificultoso español, el colono Abrahán Fehr, padre de uno de los secuestrados, hizo lo que nunca antes había hecho: un discurso crítico contra el Gobierno, al cual acusó de haber “fracasado” por la “falta de resultados” en la lucha contra el EPP.

“El sufrimiento se hace mayor y las ganas de trabajar y la paciencia se debilitan”, advirtió. Es la voz de quien hasta entonces ha elegido callar. El Paraguay ya no es lo que era para quienes llegaron buscando su utópico lugar en el mundo e hicieron mucho por convertirlo en un emporio de productividad. Hoy los mansos han roto su silencio y también están en pie de lucha. Seguramente alguien entenderá el mensaje, o no.