Por si quedaban dudas respecto a la imagen que se pretendió instalar en la ciudadanía, en la convención colorada del sábado terminó por caerse la careta de Horacio Manuel Cartes Jara.
Cartes no es un divorciado de la antigua forma de hacer política, es más, tiene todos los vicios y hasta los perfeccionó como pudo evidenciarse.
También aquel supuesto gabinete técnico que fue tan aplaudido por sesudos analistas y una prensa servil tres años atrás terminó por desmoronarse.
Porque si a un ministro no lo rajás por inoperante, por 8 militares muertos en un atentado terrorista, por cuatro secuestrados en simultáneo –título tristemente ostentado por este Gobierno–, por la ola de inseguridad, por los motochorros acribillando a los trabajadores en las calles y solo basta un “mandato partidario”, el discurso oficialista está oficialmente –valga el juego de palabras– muerto, así de simple.
Si, leíste bien (y por si no lo entendiste de buenas a primeras), a Francisco De Vargas, el ministro más resistido por la ciudadanía se lo destituyó del puesto simplemente “por no ser colorado”.
Misma suerte iba a correr el bien parecido Santiago Peña, ministro de Hacienda, quien fue fotografiado cuando el propio Cartes le colocaba el pañuelo rojo al cuello para salvarle el pellejo.
Discurso. Así entonces, tenemos a un cuestionado ex ministro rajado por liberal y a un afiliado por conveniencia. (¿Esta historia no es la misma que antes de 1989?)
Volviendo al discurso oficialista que fue hábilmente manejado por expertos en márketing político, el mismo resultó ser una total y absoluta falacia, y lo que es peor, una mentira que ya no puede ser escondida bajo la alfombra y mucho menos maquillada.
El presidente de la República se enfrenta actualmente a un escenario turbulento: Con una imagen cayendo en picada, con decisiones que podrían volver a provocar una ruptura irreconciliable en el poderoso Partido Colorado.
Pero lo peor no es que se haya instalado la imagen de ese presidente técnico con un gabinete eficiente y lejos de las lacras de la politiquería.
Tampoco el problema no es que Cartes mienta –de hecho lo hace y descaradamente– con temas como el distanciamiento de los seccionaleros o la reelección
Lo peor fue que le creyeron, y unos cuantos hasta ahora le siguen creyendo, o fingen creerle.
Si en los próximos meses la clase política decide tirar al tacho la poca cordura que le sobra y corra la ley del mbareté que pretende imponer el cartismo, espero de todo corazón que no nos falle la memoria y recordemos todo esto. Puede ser demasiado tarde.