En menos de 48 horas la Policía Nacional, junto con la Fiscalía, logró atrapar a los supuestos responsables materiales del atentado perpetrado el miércoles pasado en el barrio Madame Lynch de Asunción, en el que cobró la vida un niño de 5 años y su padre. Un resultado sorprendente, porque no es algo a lo que nos tienen acostumbrados.
Esta eficiencia fue empalagosamente destacada por las autoridades del Poder Ejecutivo. Electoralmente fue un oportunísimo punto a favor del oficialismo colorado que tiene al propio presidente de la República en frenética campaña para imponer a su candidato a sucesor en el sillón presidencial, en medio de un mar de críticas.
La actuación policial certera sobrevino justo cuando un amplio coro de voces opositoras reafirmaban apocalípticamente que la capital del país ya está tomada por el sicariato (asesinos por encargo) y responsabilizan de ello a la falta de liderazgo del presidente de la República. Una afirmación que cobró fuerza a partir de atentados anteriores producidos este año en Asunción, que tuvieron como blanco a personas vinculadas al narcotráfico.
Lo cierto es que en estos momentos hay 4 personas en prisión relacionadas con el violento ataque criminal de la semana pasada que impactó negativamente en la sensibilidad social y, automáticamente, sirvió de argumento para reforzar las críticas que normalmente recibe el Gobierno.
Si no se hubiera dado este contexto, ¿se habría aclarado en tiempo récord ese caso? ¿Por qué la eficiencia no es continua, permanente; la regla y no la excepción en la Policía Nacional?
Es evidente que hubo una orden de la más alta esfera para que se resolviera el asesinato en la mayor brevedad posible, no solo porque afecta la imagen del Gobierno, cuyas acciones hoy conllevan el componente electoral, sino la del propio país.
Entonces, cuando hay directivas claras, cuando la Policía se siente respaldada y alguien asume el liderazgo, sus acciones son efectivas, por lo que vimos. De pronto nos demostró que en sus filas hay oficiales entrenados para la investigación, que cuentan con la tecnología y obran con profesionalismo.
Una actitud que será intrínseca y que nos beneficiará a todos, no solo a los que detentan el poder político y fáctico, únicamente cuando los propios hombres y mujeres que forman parte de la institución policial tomen conciencia del papel que les corresponde realizar y se sientan orgullosos de ello.
Cuando alcancen este nivel, la calidad de su actuación no será selectiva, ni esporádica. Los oficiales no se someterán al manoseo de las autoridades de turno, no serán altamente permeables a la corrupción ni harán distinciones a la hora de servir a los ricos o a Juan Pueblo. Se trate de tiempos electorales o no, de conmoción política o de tiempo de paz, es lo que se espera de la Policía. Que así sea, de ahora en más.