En 1831, el historiador y politólogo francés, Alexis de Tocqueville, viajó a los Estados Unidos para estudiar las instituciones del país. El resultado de sus estudios se recogió en un libro clásico, La democracia en América. Este afirmó que en ningún país del mundo existía la igualdad existente en los Estados Unidos; que la igualdad no solo era económica, sino también cultural. No existía una aristocracia tradicional con una gran fortuna heredada. Había una considerable igualdad de oportunidades para las personas activas y capaces.
Tocqueville admitía la existencia de la esclavitud y la injusticia en el sur de Estados Unidos, pero confiaba en el triunfo del sistema igualitario. La democracia será el ideal político del siglo XX, donde habrá dos potencias mundiales: Rusia y Estados Unidos; la segunda terminará por imponerse. Para un libro cuyo primer tomo apareció en 1835, es una asombrosa anticipación.
Otro francés, Thomas Piketty, ha publicado hace poco El capitalismo en el siglo XXI, para convertirse en una celebridad internacional a los 42 años. Aun siendo un libro de economía de 700 páginas, tuvo un récord de ventas en Amazon. En parte, el éxito se debe a que, aun abordando cuestiones técnicas, lo hace de modo accesible a un lector cualquiera (como yo, que lo tengo en versión electrónica). En parte, a que es un gran libro, según la crítica de los principales periódicos. En parte, a que va contra una corriente dominante, pero rechazada: basta con crecimiento económico para que haya mayor igualdad, prosperidad y democracia.
No, dice Piketty; así como están las cosas, marchamos hacia una mayor desigualdad, no fundada en la capacidad y laboriosidad, sino en privilegios. Esta desigualdad económica atenta contra los valores y sistemas democráticos, y es necesario corregirlo. ¿Cómo corregirlo? Con un sistema impositivo progresivo, que cobre más al que gana más; no es justo que se graven solamente el consumo y los salarios, mientras se exonere de impuestos a los beneficios producidos por las acciones de las grandes empresas.
Piketty no está de acuerdo con la política seguida por muchos países: atraer capitales ofreciendo rebajas impositivas; esto crea una competencia que favorece a las multinacionales, permitiéndoles pagar menos impuestos a las que más ganancias tienen. Lo que hay que hacer es lo contrario: ponerse de acuerdo, a nivel internacional, para crear un sistema impositivo mundial, que impida una mayor concentración de la riqueza y el desarrollo de paraísos fiscales. En resumen, la solución debe ser política, porque la economía sola no puede regularse ni corregirse a sí misma. ¿Cómo? El mismo Piketty admite que será difícil, pero se lo debe intentar.