Hacia 1975, con el recordado monseñor Aníbal Maricevich, visité la colonia Jejuí, que formaba parte del movimiento de las Ligas Agrarias Cristianas (LAC). Los colonos de Jejuí eran pobres, pero no se encontraban en una situación de indigencia, porque habían hecho lo necesario para sobrevivir: formar una colonia. Trabajando en conjunto y organizando un almacén comunitario, producían más y se libraban del intermediario, el gran abusador rural desde los tiempos coloniales. También había allí una escuela, dirigida por los principios educativos de Pablo Freyre. Se hubiera podido progresar si Stroessner no hubiera decidido acabar con la colonia destruyendo sus viviendas, sus cultivos y apresando a sus dirigentes. A Stroessner no le gustaba que pudiera surgir un modelo de vida campesina alternativo, que diera más independencia a los campesinos. Él consideraba que no estar con él era estar contra él.
Entonces la represión se debía a motivos básicamente políticos; hoy se debe a motivos básicamente económicos. Con la globalización, la especulación con la propiedad de la tierra (rural o urbana) ha aumentado enormemente. Tanto, que el Banco Mundial ha llamado la atención sobre el acaparamiento de la tierra en los países pobres por los fondos especulativos. En vez de tener dinero en dólares o en euros, que pueden devaluarse, los especuladores prefieren comprar tierra, que siempre aumenta de valor. Como consecuencia, hay cada vez menos agricultores independientes y más campesinos desplazados viviendo en los suburbios. Esto ocurre en Asia, África y América, y es un hecho evidente en el Paraguay.
No es un hecho inevitable ni irremediable, porque existe conciencia y resistencia. Lo digo después de haber visitado el lugar llamado Joaju (en Curuguaty), donde unas trescientas treinta familias quieren consolidarse como colonia y reclaman la tierra al Indert. El Indert les ha dicho que sí, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. La concesión de la tierra se discute en el Congreso, donde todo puede alargarse; mientras tanto, fuerzas policiales han intervenido ya tres veces en Joaju, para destruir cultivos y viviendas. Sin embargo, los campesinos resisten, pese a las penurias y fatigas. No viven bien, son pobres pero no son indigentes: la solidaridad, el trabajo en común y el almacén comunitario les permiten superar las dificultades y conservar la dignidad.
Curiosamente, una buena parte de ellos son campesinos que habían ido a la ciudad por falta de trabajo en el campo y luego decidieron volver para trabajar en el campo de nuevo. En la ciudad no tenían nada; en el campo tienen algo, y pueden tener más si reciben el debido apoyo del Congreso. No necesitan mucho apoyo y, si lo reciben, podrán superar la pobreza y mostrar cómo puede superarse la pobreza.