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El vori vori, el puchero, el locro y los guisos definitivamente ya no son del gusto de la infancia, de acuerdo con los resultados de un estudio sobre los hábitos alimentarios en el Paraguay.
Las nuevas generaciones de paraguayos no solo no gustan de estos alimentos, sino que cada vez los conocen menos. Al mismo tiempo, muestran su preferencia por otro tipo de comidas. “La niñez campesina se inclina por procesados con poco valor nutritivo y de calidad dudosa, como el pancho, el vaka’i y la mortadela”.
El estudio estuvo a cargo del politólogo Luis Caputo, para Base Investigaciones Sociales. El profesional argentino, hijo de paraguayos procedentes de Itá, explica que el estudio enfoca las transformaciones de los hábitos alimentarios, así como también el cumplimiento del derecho a la alimentación y la soberanía alimentaria en las familias de la agricultura campesina e indígena en Paraguay.
La investigación tomó una muestra de casi 700 familias en distintas zonas territoriales, familias vecinas de zonas ganaderas, otras que están colindantes a sojales, de asentamientos tradicionales, y de los nuevos, así como también del Chaco.
Indica el estudio que los infantes no valoran los productos como verduras, frutas o porotos; y entre sus comidas más aceptadas aparecen la carne y el pollo. Otro dato relevante es que entre los jóvenes y los niños casi ya no se conocen los postres tradicionales como el kosereva (apepu –naranja agria– con miel negra), queso paraguay con miel negra, dulces frutales y mamón en almíbar con queso.
Luis Caputo afirma que estamos asistiendo a una transición alimentaria muy importante, en la que coexisten el modelo cultural alimentario tradicional campesino e indígena, frente a un nuevo modelo alimentario de corte capitalista. En ese proceso se pierde el conocimiento sobre los alimentos tradicionales.
El estudio encontró que una de las principales razones por las que se abandonan las comidas tradicionales es por el costo de los insumos y por razones de pobreza.
“Ya no les alcanza para poder producir o adquirir los insumos para elaborar las comidas tradicionales. La segunda razón es la modernidad, por tener menos tiempo para poder cocinar, se opta por comidas más económicas, pero que tienen un enorme riesgo para la salud. Como se deja de producir en la chacra hay que comprar, y ahí es que se vuelve más costoso”, sostiene.
Tradición. En el estudio se mencionaron 49 comidas y alimentos típicos de la cultura culinaria campesina, desde el estofado de maíz, la sopa de pescado, pasando por la torta de maíz, hasta el infaltable cocido quemado. Se alude también a comidas tradicionales en proceso de desaparición tales como kiveve, mbaipy, rora kyra y otras.
Pero lo más llamativo es que la encuesta arroja la siguiente información: hay un grupo de seis alimentos típicos que “se consumían con anterioridad y que ahora ya no se consumen” en las familias campesinas: el kiveve, pastel mandi’o, so’o josopy, so’o piru, chipa so’o y el caburé.
Las razones para excluir estos alimentos de la dieta son diversas, pero destaca el encarecimiento del costo de los ingredientes utilizados.
Caputo afirma que esta situación no le compete solo al campesinado. “En cuanto a las transformaciones y los hábitos alimentarios estamos todos involucrados, y para pensar en una salida común hay que pensar en una alianza con las sociedades urbanas”.
Explica que los cambios son más acelerados a nivel urbano, por la presión de la publicidad y el mercado, “y porque a nivel urbano somos menos conscientes de la importancia de los alimentos. Los campesinos saben que implica un plato rico que le provee energía”.
Finalmente, sostiene que la prioridad es poder pensar en la soberanía alimentaria, y que la salida es rescatar y fortalecer la agricultura familiar campesina e indígena, que es donde se originan los productos que llegan a nuestros platos.
Que a los chicos ya no les agraden las comidas tradicionales es tan solo la punta del iceberg, pues como bien señala el estudio, el país vive profundas transformaciones del sistema alimentario campesino, afectado por la sojización, la ganadería de tipo industrial y la presión por sus tierras y ecosistema. No solo se pierden los ingredientes y el gusto por los alimentos tradicionales, también se pierde la identidad.
Fotos: Gabriela, Clavo y Canela, Revista Alacarta.