Hace 30 años recibimos una visita en nuestro país, casi impensable en esa época, del entonces papa Juan Pablo II, hace poco canonizado y de feliz memoria no solo para la feligresía católica sino también para todos los que conocen su trayectoria de defensa de los derechos humanos, de la dignidad de la vida desde la concepción y de la familia como elemento básico de la sociedad. Su estadía del 16 al 18 de mayo de 1988 marcó mucho a toda la sociedad que vivía en lo que serían los últimos años del ya desgastado gobierno dictatorial de Alfredo Stroessner. No solo entregó como modelos de vida a misioneros católicos, entre ellos Roque González de Santa Cruz, primer santo paraguayo y gran defensor de los indígenas, sino que a cada estamento de la sociedad, especialmente a los jóvenes, alentó a vivir sin miedo su pertenencia a esta nación de raíces culturales nobles, dignas de rescatar, atesorar y retransmitir a las futuras generaciones. Una tarea que todavía está pendiente hoy, en tiempos de verdadera presión globalista sobre el Paraguay, para adoptar, aunque sea a la fuerza, antivalores e ideologías que están causando estragos en las sociedades donde se aplican.
De alguna manera, con sus palabras y gestos, aquel ilustre polaco que besó nuestra tierra en aquel año 1988 renovó energías y trazó un sendero “personalista”, no violento ni tampoco pasivo, para encarar la lucha por el ideal de una sociedad más justa y libre en el sentido profundo del término.
No faltará quien quiera reducir su influencia en la forma de encarar la realidad que nos tocaba vivir como pueblo en aquella época, tanto para “politizar” sus gestos pastorales, como también para intentar “angelizar” lo que fueron discursos y actos dirigidos a la búsqueda del bien común en una sociedad que deseaba y necesitaba un cambio.
Como póstumo homenaje y en memoria de aquel gran acontecimiento recordemos algunos de sus aún muy actuales mensajes, dirigidos a toda la sociedad en el histórico Encuentro con los Constructores de la Sociedad en el Palacio de los Deportes, el día 17 de mayo de 1988:
“El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo teniendo siempre ante los ojos la realización del bien común... La Iglesia con su doctrina social trata de iluminar a los hombres para orientarles en el camino que deben seguir en su legítima búsqueda de la felicidad y a descubrir la verdad en medio de las continuas ofertas de las ideologías dominantes... Frente a las visiones individualistas o inspiradas en materialismos cerrados, esta doctrina social presenta un ideal de sociedad solidaria y en función del hombre abierto a la trascendencia...
La vida en sociedad no deriva de un ‘pacto social’... Toda relación social, en su sustancia ética, consiste en el reconocimiento de la dignidad de cada hombre, en reconocer a cada uno, realmente, su ser persona. Si el cristiano, por tanto, no se deja guiar en su actividad social de esta visión del hombre, podrá incluso elaborar soluciones parciales y técnicas de problemas singulares; pero, en último análisis, no habrá hecho más humana la sociedad... El Papa quiere proclamar ante vosotros, constructores de la sociedad, la certeza de que la verdad debe ser la piedra fundamental, el cimiento sólido de todo el edificio social... No puede perderse de vista el impulso ético hacia los valores absolutos, que no dependen del orden jurídico o del consenso popular. Una verdadera democracia no puede atentar en manera alguna contra los valores que se manifiestan bajo forma de derechos fundamentales, especialmente el derecho a la vida en todas las fases de la existencia; los derechos de la familia, como ‘célula de la sociedad'; la justicia en las relaciones laborales; los derechos concernientes a la vida de la comunidad política en cuanto tal, así como los basados en la vocación trascendente del ser humano...”.