De hecho, en ese momento, ninguno de los diez ha sido curado todavía. Recobran la salud mientras van de camino, después de haber obedecido a Jesús. Llenos de alegría, se presentan a los sacerdotes, y luego cada uno se irá por su propio camino, olvidándose del Donador, es decir, del Padre, que los curó a través de Jesús.
Solo uno es la excepción: un samaritano, un extranjero que vive en las fronteras del pueblo elegido, casi un pagano. Este hombre no se conforma con haber obtenido la salud a través de su propia fe, sino que hace que su curación sea plena, regresando para manifestar su gratitud por el don recibido, reconociendo que Jesús es el verdadero Sacerdote que, después de haberlo levantado y salvado, puede ponerlo en camino y recibirlo entre sus discípulos.
Qué importante es saber agradecer al Señor, saber alabarlo por todo lo que hace por nosotros. Y así, nos podemos preguntar: ¿Somos capaces de saber decir “gracias”? ¿Cuántas veces nos decimos “gracias” en familia, en la comunidad, en la Iglesia? ¿Cuántas veces damos gracias a quien nos ayuda, a quien está cerca de nosotros?
Con frecuencia damos todo por descontado. Y lo mismo hacemos también con Dios. Es fácil ir al Señor para pedirle algo, pero regresar a darle las gracias. Por eso, Jesús remarca con fuerza la negligencia de los nueve leprosos desagradecidos: “¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. Pidamos a la Virgen que nos ayude a comprender que todo es don de Dios y a saber agradecer.
(Frases extractadas de http://www.vatican.va)