16 abr. 2024

Tiempo de pandemia: El mundo que vivimos

El confinamiento ante el Covid-19 cambió el sentido del espacio y el tiempo, empeoró la brecha entre las clases sociales y marcó las diferencias en las relaciones de sexo.

A este nuevo proyecto de sociedad y modelo de vida no le interesan los valores humanitarios.

A este nuevo proyecto de sociedad y modelo de vida no le interesan los valores humanitarios.

Marilyn Godoy
Socióloga
mgodoy46@gmail.com


Esta curiosa e inquietante experiencia del confinamiento que compartimos alteró la salud y vida social y económica de todos. Cambió el sentido del espacio y el tiempo, empeoró la brecha entre las clases sociales y marcó las diferencias en las relaciones de sexo.

El sentimiento de extrañeza y distancia al que estamos sometidos golpeó y amenazó a las personas mayores y menores, a las mujeres y los hombres, a los ricos y los pobres, pero no a todos de la misma manera, para cada categoría generacional, sexual o social, fue una historia y un dolor diferente.

En el mejor de los casos, nuestro espacio se redujo al de los objetos que se tenían casi abandonado y que se volvían a descubrir recuperándonos del olvido, prendas del armario, libros de la biblioteca, objetos perdidos en algún rincón, porque el tiempo que nos dispuso el encierro hizo desacelerar la marcha apresurada de la dinámica urbana y nos permitió volver al placer de poder contemplar y disfrutar de la vida y al lujo de observar la belleza de las cosas simples y pequeñas, que son los placeres que al final dan el sentido último a nuestro trajinar.

Sin la tiranía de la velocidad nos quedó la posibilidad de vivir el tiempo a un ritmo natural, más pendiente de la castigada naturaleza. Retomar el ritmo del tiempo sin precipitación y sin la impetuosidad que lleva a la dilatación vacilante fue una forma prudente y racional de recuperar la memoria.

Mirar para atrás y reflexionar dejó ver si hicimos bien las cosas y si logramos ser la persona que deseábamos ser.

LO MÁS OSCURO

Este escenario ideal en la crisis más grave de la historia no contempla la aptitud de la mayoría.

No es la intención de todos aprovechar la oportunidad de enderezar lo torcido sirviéndose de la experiencia, buscar sacar el lado más justo y solidario de sí mismo. Por el contrario, queda al descubierto lo más oscuro y tenebroso del ser y demuestra la tendencia a la deshumanización de los sentimientos.

La política de desprecio y desconsideración hacia las personas mayores esconde el problema demográfico que lleva al deseo de eliminar el excedente de la población, empezando por dejar morir a los de más de 60 años, como de hecho ocurrió en algunos hospitales europeos.

¿Mirar para atrás y recuperar la memoria?

Y de por sí, liberarse del miedo de envejecer no es fácil, es acercarse a la muerte, exacta y rotunda.

Los años que pasan y el tiempo que corre van con tal rapidez que hace imposible poder atrapar los momentos vividos y disfrutados intensamente.

Los años se han ido lamentablemente arrancando lo esencial de la vida; amores apasionados, instantes casi místicos, sueños desmedidos, deseos impetuosos, experiencias placenteras que han sido y se han terminado.

Solo quedan recuerdos, aunque no solamente, con el paso del tiempo también se aprende a disfrutar de la seguridad y libertad que se gana, la tranquilidad en el ritmo del caminar sin apuro y la serenidad para pensar o callar y para sentir el equilibrio entre la acción y la contemplación.

Se gana la experiencia que enseña a disfrutar la vida sin engaños y a vivir el placer sin culpas ni remordimientos, acercándose cada vez más a la verdad, diciendo lo que se piensa y dejando de actuar en contra de lo que se quiere.

LOS MÁS DÉBILES

Pero a este nuevo proyecto de sociedad y modelo de vida no le interesan los valores humanitarios, el conocimiento y la sabiduría tradicional.

Mirar para atrás y recuperar la memoria deja de tener importancia.

La pretensión de sacarse de encima a los que representan un excedente para la sociedad de producción también concierne a los jóvenes desempleados y a los indígenas, porque esta política de exterminio va mucho más allá; la tendencia es dejar sobrevivir a los más fuertes y dejar morir a los más débiles.

Al hacer desaparecer a las personas mayores, indirectamente, también se elimina a los jóvenes, que por la imposibilidad de mantenerse con algún trabajo a destajo o sin ninguna ocupación laboral remunerada sobreviven arrimados a sus padres o a sus abuelos, y sin ellos se ven condenados a desaparecer antes de llegar a una edad avanzada.

En tanto que los indígenas se encuentran más que nunca en una desesperante y alarmante situación, con cortes de agua potable, sin suministros de alimentos básicos ni medicinas, peor que eso, recibiendo engañados terapia destinado a los animales.

Se está realizando una matanza, un genocidio racista que hace volver a la sociedad a siglos atrás y pone en evidencia la mentalidad colonizada de quienes niegan sus propios orígenes y se avergüenzan de sus antepasados.

No solo hay racismo, selectividad generacional y social, también es sexista. Porque aún queda por hablar del otro terror de la miseria humana, la violencia masculina, el maltratando y el asesinando de mujeres por sus parejas, algo que afecta corrientemente a la mujer, pero que inquieta el aumento considerable durante el acelerado proceso de deshumanización y el horror de la sociedad a la que nos dirigimos.

Esta sociedad entra en la era de la comunicación a distancia y del aislamiento social, de la robotización, el cambio de ADN, la clonación y mercantilización del cuerpo, experiencias con animales y embriones humanos.

Este progreso presenta un panorama vertiginoso hacia la ruptura de la humanidad.

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