Once años después de la catástrofe de Fukushima, que supuso un frenazo para este tipo de energía, los vientos parecen estar cambiando y los industriales y políticos partidarios del átomo no esconden su optimismo.
Especialmente simbólica es la intención de Japón de eventualmente reanudar la construcción de nuevas centrales.
El gobierno anunció el miércoles un periodo de reflexión sobre futuros “reactores de nueva generación, dotados de nuevos mecanismos de seguridad” pero también para combatir el aumento de los precios de la electricidad y el gas, que afecta también al archipiélago desde la guerra en Ucrania.
La opinión pública, preocupada por una hipotética escasez y la dependencia de las importaciones de gas, petróleo y carbón, ve con mejores ojos ahora este proyecto. Otros países encaminados a desprenderse de esta energía hicieron marcha atrás, como Bélgica, que quiere prolongar dos reactores de diez años.
En Alemania, que tenía que cerrar sus tres últimas centrales a finales de 2022, el tabú se rompió cuando el ministro de Economía y Clima, el ecologista Robert Habeck, opinó en febrero que un aplazamiento podía ser “pertinente” en el contexto de la guerra en Ucrania.
Berlín espera nuevos estudios sobre su sistema eléctrico y las posibles necesidades de invierno. AFP